Juan Araos, el pensar y el intuir

El poeta chuquisaqueño Gabriel Chávez Casazola, recuerda al recientemente fallecido Juan Araos, el maestro y el amigo.

Juan Araos Juan Araos Foto: Foto: internet

Puño y Letra/Gabriel Chávez Casazola
Puño y Letra / 21/02/2022 13:01

Además de poemas y caligramas dispersos, Juan Araos publicó dos libros de poesía, muy espaciados entre sí.

El primero, Escala Real, es un verdadero tesoro, tanto por la singular valía de los poemas allí reunidos -breves, enhebrados por imágenes sutiles y a la vez capaces de sugerir o insinuar múltiples sentidos-, como porque ahora es inencontrable. Fue editado en 1996 por Fundación Patiño en una colección lamentablemente extinta, donde también se publicaron algunos otros títulos hoy esenciales.

Su segundo poemario, La Mariposa Ojo, apareció pocos meses antes de su muerte en Editorial 3600. Me tocó presentar esa colección de haikus en La Paz en septiembre pasado y así, sin saberlo entonces, pude despedirme de Juan con un abrazo, todavía en medio de la pandemia, y decir lo que pensaba del libro (y de su autor, su haijin) en un texto que está disponible en la red y no vale la pena repetir ni resumir aquí.

Sí quiero -y debo- añadir que hablar de Araos como poeta supone no sólo pensarlo como escritor o como creador de poemas y artefactos visuales, sino también como lector, en el sentido más hondo y borgesiano del término; como traductor, pues volcó a nuestra lengua, con un infrecuente equilibrio de belleza y rigor, fragmentos de los presocráticos, el Poema de Parménides y el Cantar de los Cantares, entre otros; y también, pero no menos importante, como maestro de filosofía y de interpretación de textos, capaz de transmitir viva pasión a sus estudiantes por viejos volúmenes escritos en lenguas muertas y de hacerlos -de hacernos, pues tuve la dicha de ser alumno suyo- alumbrar socráticamente sus (nuestras) propias interpretaciones acerca de ellos.

Juan creía, con los griegos, que el pensar/comprender de la filosofía, y el sentir/intuir de la poesía eran uno y el mismo, no dos actos disociados ni opuestos. Recoger esa enseñanza de sus labios, escondidos bajo su proverbial bigote nietzscheano, me cambió la vida una tarde de los tempranos 90 en un aula de la carrera de Filosofía y Letras de la UCB en la Av. Ramón Rivero de Cochabamba.   Siempre que paso por ahí lo recuerdo y ahora lo hago públicamente, mientras, triste aún por su muerte, se lo agradezco.

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