Poemas de César Bisso

Puño y Letra, en su muestra de poesía latinoamericana, entrega a sus lectores una selección de un poeta argentino fundamental, César Bisso.

César Bisso César Bisso Foto: Mariana Bredow

Puño y Letra/Alex Aillón Valverde
Puño y Letra / 27/07/2022 15:55

César Bisso (Coronda, República Argentina, 1952). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: La agonía del silencio; El límite de los días; El otro río; A pesar de nosotros; Contramuros; Isla adentro (Primer premio de poesía José Pedroni); De lluvias y regresos; Las trazas del agua (antología); Permanencia; Coronda (antología); Cabeza de Medusa (ensayo); Un niño en la orilla (Segundo premio municipal de poesía Ciudad de Buenos Aires); La jornada (Tercer premio Fundación Argentina para la Poesía); Andares; De abajo mira el cielo. Fue invitado a participar en diferentes ediciones de ferias de libros, festivales de poesía y encuentros culturales realizados en ciudades de Argentina, América Latina y Europa. Algunos de sus escritos han sido incluidos en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero; otros textos fueron traducidos al inglés, portugués, francés, alemán, italiano, árabe y griego.

 

 

 

La culpa

 

El poema es culpable porque vive al desamparo,

se acalambra de hambre, delira con el frío.

 

Es culpable porque nos quita el antifaz,

escupe las sábanas de los impostores,

orina sobre los oráculos.

 

Es culpable porque muda el rumbo de la noche,

se emborracha de miedo,

sustrae a la hiena la carroña de la boca,

conserva la última moneda,

anda desnudo por el inframundo.

 

Es culpable porque asesina un adjetivo

y reprende al verbo del delito.

Repara con su voz todo aquello que enmudece.

 

El poema es culpable porque no sabe ser inocente.

 

La vuelta

 

Soy el país oscuro, remoto.

Estuve aferrado al silencio,

la vigilia tortuosa y plural.

 

Para ver, cerraba los ojos.

 

Lo relativo era minúsculo.

La certeza, trivial.

Lo cotidiano, un viaje infinito.

 

Cuando vi luz hallé tu nombre.

 

El profeta

 

Desde siempre recorre ciudades del mundo.

Observa distante cómo el reino humano

desvanece ante los torpes giros de justicia.

 

Sabe: nadie avala el derecho de los infelices.

Tampoco cree que la fuerza del Poder

restituya el instante de liberación,

que la vida concede a quienes se inmolan

por una causa justa.

 

Medita sobre los actos innobles

que los hombres acumularon en todos

los territorios y los siglos.

 

¿Víctimas o verdugos? reflexiona.

¿La historia dice? ¿La memoria calla?

Sabe: la historia no dice, la memoria habla.

 

Todas las ciudades armonizan con la muerte.

 

Mi Otro

 

Nada concluye, menos la locura.

Guardas la lluvia en tus manos. Encadenado,

alzas el pan y lo trozas en partículas de odio.

Multiplicas la sinrazón, asumes la rutina del hospicio,

la prisión de quien no quiere oír,

mendigo del espanto, gota de niebla que cae

por peldaños de olvido. Así transcurre la vida.

Y detrás del muro, yo, anestesiado, ciego.

¿Puedes acaso regresar? ¿Puedo regresarte,

hacerte feliz, comprender tu deseo de amar,

explicar que alguna vez volverás a cruzar el muro

y nadar en el río de la sensatez?

No te das cuenta. Resulta imposible alcanzar la luz.

Me cuesta decir que lo bestial también gobierna.

Y que la libertad es solo un atributo de la muerte. 

 

Simulacro

 

Halagar el perfume y no la piel

es negar la belleza de la hechura.

 

Abrigar la razón del necio

es cubrir la luz, atizar el fuego.

 

Cuando esto sucede

se ama y odia de igual manera.

 

Entonces, transmuta la suerte            

y el asesino se reencarna

en otra piel que ya no perfuma.

 

Estado de ánimo

 

Ah la lluvia de marzo…

 

Borra nombres, huellas,

rememora calendarios,

exalta viejas dolencias.

Guarnece a los cobardes.

 

Esta lluvia sin tiempo

debilita la pira,

apacigua tempestades,

desala el fondo del mar,

inmola dioses y relatos.

 

Vivifica la historia

mientras mece la cuna

de la infamia.

 

Lava hojas, cadáveres…

 

El círculo

 

La mano

tiernamente abierta

sobre la página del libro

causa más espanto que

la sombra del verdugo.

 

Desapareció tu mano.

Arranqué la página.

El libro abanica otra sombra.

 

Fatiga al verdugo la espera.

 

Durar

 

Tu deseo por vivir

tocó lo prohibido

con la punta de los dedos

y de pronto

una falange tras otra cayó

y gota a gota la sangre

y en cada desgarro la sangre

y entre huesitos rotos

la espesa y lenta sangre

ahogó noches y días.  

 

Nunca duró tanto la muerte.

 

La elección

 

Perpetuar el amor

o seguir narrando

escenas del despojo.

Etiquetas:
  • Argentina
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