Poemas de César Bisso
Puño y Letra, en su muestra de poesía latinoamericana, entrega a sus lectores una selección de un poeta argentino fundamental, César Bisso.
César Bisso (Coronda, República Argentina, 1952). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: La agonía del silencio; El límite de los días; El otro río; A pesar de nosotros; Contramuros; Isla adentro (Primer premio de poesía José Pedroni); De lluvias y regresos; Las trazas del agua (antología); Permanencia; Coronda (antología); Cabeza de Medusa (ensayo); Un niño en la orilla (Segundo premio municipal de poesía Ciudad de Buenos Aires); La jornada (Tercer premio Fundación Argentina para la Poesía); Andares; De abajo mira el cielo. Fue invitado a participar en diferentes ediciones de ferias de libros, festivales de poesía y encuentros culturales realizados en ciudades de Argentina, América Latina y Europa. Algunos de sus escritos han sido incluidos en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero; otros textos fueron traducidos al inglés, portugués, francés, alemán, italiano, árabe y griego.
La culpa
El poema es culpable porque vive al desamparo,
se acalambra de hambre, delira con el frío.
Es culpable porque nos quita el antifaz,
escupe las sábanas de los impostores,
orina sobre los oráculos.
Es culpable porque muda el rumbo de la noche,
se emborracha de miedo,
sustrae a la hiena la carroña de la boca,
conserva la última moneda,
anda desnudo por el inframundo.
Es culpable porque asesina un adjetivo
y reprende al verbo del delito.
Repara con su voz todo aquello que enmudece.
El poema es culpable porque no sabe ser inocente.
La vuelta
Soy el país oscuro, remoto.
Estuve aferrado al silencio,
la vigilia tortuosa y plural.
Para ver, cerraba los ojos.
Lo relativo era minúsculo.
La certeza, trivial.
Lo cotidiano, un viaje infinito.
Cuando vi luz hallé tu nombre.
El profeta
Desde siempre recorre ciudades del mundo.
Observa distante cómo el reino humano
desvanece ante los torpes giros de justicia.
Sabe: nadie avala el derecho de los infelices.
Tampoco cree que la fuerza del Poder
restituya el instante de liberación,
que la vida concede a quienes se inmolan
por una causa justa.
Medita sobre los actos innobles
que los hombres acumularon en todos
los territorios y los siglos.
¿Víctimas o verdugos? reflexiona.
¿La historia dice? ¿La memoria calla?
Sabe: la historia no dice, la memoria habla.
Todas las ciudades armonizan con la muerte.
Mi Otro
Nada concluye, menos la locura.
Guardas la lluvia en tus manos. Encadenado,
alzas el pan y lo trozas en partículas de odio.
Multiplicas la sinrazón, asumes la rutina del hospicio,
la prisión de quien no quiere oír,
mendigo del espanto, gota de niebla que cae
por peldaños de olvido. Así transcurre la vida.
Y detrás del muro, yo, anestesiado, ciego.
¿Puedes acaso regresar? ¿Puedo regresarte,
hacerte feliz, comprender tu deseo de amar,
explicar que alguna vez volverás a cruzar el muro
y nadar en el río de la sensatez?
No te das cuenta. Resulta imposible alcanzar la luz.
Me cuesta decir que lo bestial también gobierna.
Y que la libertad es solo un atributo de la muerte.
Simulacro
Halagar el perfume y no la piel
es negar la belleza de la hechura.
Abrigar la razón del necio
es cubrir la luz, atizar el fuego.
Cuando esto sucede
se ama y odia de igual manera.
Entonces, transmuta la suerte
y el asesino se reencarna
en otra piel que ya no perfuma.
Estado de ánimo
Ah la lluvia de marzo…
Borra nombres, huellas,
rememora calendarios,
exalta viejas dolencias.
Guarnece a los cobardes.
Esta lluvia sin tiempo
debilita la pira,
apacigua tempestades,
desala el fondo del mar,
inmola dioses y relatos.
Vivifica la historia
mientras mece la cuna
de la infamia.
Lava hojas, cadáveres…
El círculo
La mano
tiernamente abierta
sobre la página del libro
causa más espanto que
la sombra del verdugo.
Desapareció tu mano.
Arranqué la página.
El libro abanica otra sombra.
Fatiga al verdugo la espera.
Durar
Tu deseo por vivir
tocó lo prohibido
con la punta de los dedos
y de pronto
una falange tras otra cayó
y gota a gota la sangre
y en cada desgarro la sangre
y entre huesitos rotos
la espesa y lenta sangre
ahogó noches y días.
Nunca duró tanto la muerte.
La elección
Perpetuar el amor
o seguir narrando
escenas del despojo.