Del mundo, su pantomima

Un acercamiento a la figura del mimo francés Philippe Bizot, que estos días se encuentra en Sucre, y las impresiones sobre su arte pantonímico. Publicamos una entrevista, realizada por Renata Eguino Salamanca, y una reseña escrita por Ernesto Flores Meruvia.

Bizot Bizot Foto: internet

Renata Eguino Salmanca/ Ernesto Flores Meruvia
Puño y Letra / 17/11/2022 19:13

PHILIPE BIZOT Y LOS CONTORNOS DEL SILENCIO

Él quería mostrarnos lo que hacía. Así que les pidió a sus alumnos, que eran unos quince de diferentes edades y géneros. Nos enseñaron una pequeña parte de la obra que iban a presentar ese fin de semana. Obra en la que interpretaban a la Colombina, una muchacha seductora y cautivadora y a Pierrot un torpe joven enamoradizo. Pero la historia silenciosa se daba en un escenario andino, con música autóctona y trajes típicos del norte de Potosí.

La interpretación fue sublime. La calidad de cada movimiento, las expresiones, la coordinación, las miradas. Una colección de elementos tan perfectamente encontrados por Bizot a través de los años, las culturas y los mundos, transmitidos a sus alumnos para hacer magia con el cuerpo.

Después de ver eso me quedé asombrada, asombro que creo solo se puede vivir si ves una obra dirigida por Philippe Bizot. Cuando terminaron, se me ocurrió preguntar a todos sus alumnos con qué palabras podrían describir a su maestro. Sus respuestas fueron: elegante, preciso, arte en el silencio, poesía, perfeccionista, detallista, armonía. Y estas fueron las palabras con las que me guíe más tarde en la entrevista que le hice a Bizot.

Los Silencios

¿Qué significa el silencio en la pantomima?

Para empezar, me gustaría decir que no hay un silencio: hay múltiples, numerosísimos silencios. La pantomima es mi lenguaje, pero mi lenguaje se sirve de los silencios del mundo entero.

Pero entonces… ¿Qué es el silencio?

Mira, el silencio es la música de la memoria, del duelo, de la esperanza, de la desesperanza, de la incapacidad de hablar. Yo tengo una biblioteca inmensa de silencios. Este año cumplo 50 años de silencio; imagina esa increíble colección. Cada uno de estos silencios corresponde a un momento de mi vida, y de mis viajes y experiencias.

¿Y en esa colección, hay algún silencio en especial que te gustaría mencionar?

El peor es el silencio de la muerte, porque es el último; esos silencios no los puedes olvidar. Debo decirle a usted que durante 50 años he conocido distintas partes del mundo, y no hablo simplemente de geografía mundana, esa de los mapas que aprendemos en la escuela, hablo de geografías más íntimas, más personales. He actuado en teatros de todas partes. Actué en los más grandes de diferentes ciudades y a la noche siguiente actué en el botadero. Lo que quiero decir con esto es que hay la misma cantidad de silencios que emociones en el mundo y no dependen de la posición económica o el nivel de conocimiento que tenga la gente. La recepción de la pantomima es la misma, porque los silencios permiten que cualquiera se identifique con lo que ve o escucha.

La Locura

¿Cómo entiendes la locura?

La gente que dice que los artistas son locos; son gente que no conoce nada del arte. La locura es muy, muy interesante. La gente diferente siempre se ha unido a mi teatro. Créeme cuando te digo que he tenido alumnos de toda clase. Por ejemplo, he tenido alumnos con Síndrome de Down: corazones abiertos, felices, gente que no tiene dificultad de vivir en sociedad. He aprendido que en realidad somos nosotros los que no los permitimos. He trabajado en el pabellón de casa blanca en París, el más grande para jóvenes “locos”, gente con esquizofrenia, autismo, etc. Sin embargo, debo confesar que ninguno ha sido tan complejo y apasionante como trabajar con ciegos.

¿Cómo aprende la imagen alguien que nunca ha visto?

Hay que buscar la llave, y esta llave ha surgido cuando me he preguntado: ¿cómo sueña un ciego? Yo tenía que poner micrófonos en diferentes partes del escenario. Los más agudos iban adelante y los más graves atrás. Después de una hora bailaban libres. Ahí entendí que el sonido es la manera de soñar de los ciegos, es algo así como escuchar la banda sonora de una película. Genial, apasionante.

Llegaron las cervezas y Bizot brindó, estaba feliz, sumergido en una conversación que según él era más profunda que las entrevistas que siempre le hacían.

Los Colores

¿Qué significa el blanco y negro en la pantomima?

Es una idea de bases del arte de la pantomima. La cara blanca quiere decir silencio, pero también me permite ser anónimo; así que puedo ser quien sea, puedo ser tu compañero de al lado, puedo ser tu amante, puedo ser tú mismo. Puedo ser tu espejo, eso es lo maravilloso de la pantomima. Yo creo paisajes, colores.

A partir de este momento ya no tuve que hacerle más preguntas concretas en toda la noche, la charla fluyó como si estuviéramos conversando entre amigos que no se veían desde hace mucho tiempo, la realidad es que, quizás, si fuimos amigos antes, en algún universo paralelo o en otra vida.

P. B.: Un día estaba hablando con una chica que había visto uno de mis espectáculos mucho tiempo atrás. Ella me decía: “hágame recuerdo Bizot, ¿cómo se llamaba ese espectáculo en donde usted vestía de azul con botones rojos?”, yo nunca había tenido un vestuario así, sin embargo, ella lo había proyectado así, la pantomima es como un sueño a colores de una memoria en blanco y negro.

Lo que sucede es que la puesta en escena es blanco y negro, pero la sensación es a colores. Incluso si yo represento que hay un ramo de flores, aunque no exista tal, el público verá un ramo de coloridas flores y, si quiero, puedo hacer que ellos sientan el perfume de estas flores y la misma emoción que siente el personaje que le va a dar esas flores a su amada. ¡Es maravilloso! Es por esto que yo actúo mucho de acuerdo a la cultura de la audiencia, para poder conectar más profundamente con ella.

En el teatro tienes un telón negro, y hasta que se abre la gente ha llenado ese telón de sus sueños, de sus expectativas, de su humor, de su cultura, etc. Corazones que se han juntado en una cita para dialogar, ellos conmigo y yo con ellos. Me encanta ser muy cercano y sincero con mi público.

En esta parte hicimos una pausa, su acento francés me llevo. A mí y a mi compañero a hacerle algunas preguntas sobre directores europeos y obras que ni al caso, pero que nos ayudó a conocer un poco más sobre él. A mí personalmente Bizot me provocó un aire muy a Jodorowsky, de esas personas que su conocimiento va más allá de lo intelectual, más allá de lo estético, un maestro de vida, de las almas.

Me contó que Jodorowsky y él tenían un amigo en común, le dije que me encantaría conocer a aquel amigo de dos Magos. ¡Brindamos!

Los Niños

Ya estaba más cómodo, así que le pregunté si tenía hijos.

P. B.: Sí, tengo una hija, tiene 40 años, la extraño mucho. Y yo creo que ella me extrañó mucho también, porque cuando ella era pequeña yo siempre estaba de viaje.

Le pregunté sobre su experiencia con los niños con los que ha trabajado y a los que ha enseñado a lo largo de su carrera no solo en el arte, también en la pedagogía.

P. B.: He trabajado con un millón de chicos, para mí es muy fácil. Logro tener un contacto inmediato con los pequeños y además con los de todas partes. Niños de Bolivia que viven en el campo criando animales, niños en África o en el Medio Oriente que son hijos de la guerra, de la cárcel, los que no saben de dónde vienen: todos han sonreído, aunque sea un poquito.

La Guerra y las Fronteras Oscuras del Mundo

P. B.: Llegué a Líbano un mes después que terminó la guerra, fui el primer artista invitado para enseñar. Los primeros alumnos que tuve en ese viaje, fueron los chicos heridos de la guerra y puedo decir que “¡wow!”, después de ellos trabajé con huérfanos, y también en algunos hospitales con personas adultas mayores. El país estaba completamente destruido, las jóvenes de tu edad se pusieron de voluntarias para ser enfermeras, eran tan gentiles, pero ellas no entendían bien el dolor al principio, así que con los médicos del hospital fueron desarrollando la capacidad de comprender qué significaba el dolor. Así inventaron el diccionario del dolor, de ese viaje, fui yo quien aprendió cosas que jamás hubiera imaginado.

Una noche un hombre muy cristiano y que había destinado mucha de su fortuna en ayudar al país y de hecho quien organizó mi viaje a Beirut, me contó un poco sobre la guerra. ¿Quieres saber? Me preguntó, le dije que sí, me contó que él vivía en una calle que habitaban cristianos y que en la del frente vivían musulmanes. Me narró cómo una tarde un amigo suyo subió a su terraza feliz, presumiendo su nueva escopeta americana y su novedoso largavista. Me pidió que me acerque a verla de cerca. Al frente había una mujer colgando su ropa, apuntó dio un suspiro y “¡pam!” la mató. Yo le pregunté qué le dijo a su amigo que acababa de matar a una mujer, “nada, es lo cotidiano” me respondió.

Me sentí frágil mientras Bizot contaba lo que este hombre le había contado a él, vi sus ojos volverse más cristalinos de lo que ya son por su naturaleza celeste y expresiva.

La noche se puso espesa, al igual que la cerveza negra que reposaba en mi vaso. Bizot miraba a la nada como tratando de encontrar un recuerdo perdido, hubo un silencio largo, demasiado profundo, bastante triste.

P. B.: He ido a Pakistán, a Siria, a Nigeria en plena guerra, he conocido tantos mundos maravillosos y diversos, me he enamorado con todo mi ser de Bolivia y de su gente. Me han dado tanto, que siento que lo que doy es mínimo al lado de lo que recibo.

Sinceramente en mi carrera como actor rescato mucho eso, los aprendizajes, los viajes, la pedagogía, los encuentros, las memorias, las culturas… He tenido un montón de vidas y esto es gracias al arte. Pero a pesar de esto yo jamás diré que soy artista, la palabra artista es para el ego. Yo soy Bizot.

Entrevista por: RENATA EGUINO SALAMANCA – comunicadora juvenil y estudiante de la carrera de comunicación en la UCB. [email protected]

¡PANTOMIMA A LO BIZOT!

Una sala singular. Las paredes telares mimetizan un mimo: de entero negras y dos líneas blancas de maquillaje luminoso a cada costado. Focos blancos; reflejo negro. Sillas blancas; suelo y cielo negro. Se llena y el público habla entre sí. Un acento argentino a espaldas mías, francés en la fila de adelante y palabras en alemán a mis costados. Sus alumnos están presentes. Hacen pantomima durante la espera, pasándose un objeto invisible. Se divierten, ríen mucho. En medio del escenario espera una silla de madera. Atada a cuatro ligas por pata que están amarradas a tubos en el techo. En el arte, la disposición por dejarse cautivar reside en ambos lados. Las sillas blancas nos esperaban a nosotros, así como la silla de madera lo espera a Bizot. Siento que a ratos somos negro y él es blanco. Otro momento el actor es el negro y nosotros blanco. Todos reunidos en el mismo escenario, haciendo posible eso que llamamos arte.

Duelos. Uno está sentado. Bizot está sentado. Cada extremidad suya tiene atada su liga. El hombre de la silla abraza con estimación sus ataduras. Las agarra, las trae cerca, las acaricia, las mira. Recuesta el rostro feliz sobre sus manos ligadas. Está cómodo, tranquilo, plácido así. Pero el flujo de la vida, como el de un río, no es constante. Su rostro cambia a la preocupación, luego es temor. Suelta la primera liga y finalmente llega el sufrimiento. Después la segunda y la misma pena agoniza. Los pies andan sueltos; podrán caminar libres, pero en completa soledad. De momentos el río de vida parece calmarse y hasta pareciera que ha dejado de fluir. Una calma llega. Se va y se lleva consigo la tercera liga. La persona sentada asimila su desgracia. No deja de sufrir, pero es un sufrimiento resignado y repleto de pánico. Él tiene un profundo miedo que parece estar consciente del flujo arrasador de los ríos. Entonces, más rápido que las anteriores, parte la última atadura. Todo abandono es una muerte. Y cada muerte es una ausencia que, lejos de significar aparente libertad, te deja cada vez más solo en este mundo. Aun así, el mimo se muestra finalmente tranquilo y también agotado. La pena guardada en algún lugar del interior, encerrada sin llave.

El ratón Pérez. Un niño se nos muestra alegre e inquieto. Su diente está flojo. Él ya sabe lo que significa eso. Acelera el proceso. Los niños son ansiosos. Se saca el diente. Regocija, rebalsa de felicidad. Lo guarda y espera haciéndose al dormido, observando de reojo con emoción. La espera le divierte. El sueño cada vez pesa más y el niño cae rendido a los pies de algún Orfeo dueño de sus infantiles imaginaciones. Cuando llega la mañana, ni bien abre los ojos revisa la caja. Halla su recompensa y rebalsa feliz otra vez. Ahora quiere sacarse todos los dientes con la fuerza de su emoción. Cómo no querer volver a ser niño y tener ese tipo de alegrías suficientes para el alma. Emocionarse tanto por el misterio en el que se cree. Es la magia de la edad, de la inocencia, de la imaginación y, cómo no, también del justo roedor Pérez que todo lo tiene de real.

En clase. Un estudiante, ni tan joven, ni tan infante, llega a su curso. Su edad es la de la transición. Es su tiempo de travesuras ya no tan inocentes y de aprendizajes ya no tan superficiales. Todo a esa edad parece calar hondo en uno. Y así también sus compañeros. Él se sienta sobre un chinche. Se sobresalta dolorido de la silla y luego se lo quita. Es una cara de fastidio la suya… Pero toma la travesura como lo que es en esa edad y en la escuela: algo totalmente normal, de todos los días. ¡Ahora es su turno! Saca un papel, lo arruga, apunta y lo arroja. Se hace al loco: “no fui yo, no fui yo”. El inocente se ríe. Después saca algo de su mochila, parece ser un retrato. Es un objeto querido. Añora, lo mira con gusto y ternura. ¡Lo descubren infraganti en su distracción! Le jalan de los pelos al pobre. El amor, el cariño, la picardía y las risas; todo tiene su tiempo. Ahora se está más tranquilo. La tranquilidad le lleva el dedo a la nariz. Vigilando, vigilando… que nadie mire. Se saca un moco sin pudor (a esa edad nadie). Todo lo que proviene de la nariz, oreja y boca es motivo de risa o alegría y sinónimo de trastada. Observa el elemento verde viscoso por un momento con una sonrisa sutil. Se lo tira a un compañero. ¡Chiste! ¡Lo han visto! Le reclaman. “¿Qué hice?”, dice el inocente. Llora, contra su pupitre. Pasa un rato y se calma. La clase sigue, la edad también, y la vida que siempre da lo justo y a su tiempo continua. El estudiante sonríe socarronamente.

Cita de amor. “¡El amor es una ganga!”, dicen unos. Otros dicen: “El amor es lo más bello, lo más puro”. Los más radicales dirán: “Una ilusión, una sombra, una ficción es el amor”. El caballero que se nos presenta en este número, todavía no sabe que decir al respecto. O, por lo menos, no con tanta seguridad. Está tan ilusionado que yo mismo me emociono. Se arregla. Se perfuma exageradamente. Cada botón de su camisa tiene que estar brillando. Debe mostrarse impecable. Sale de su casa con toda la expectativa del mundo. Busca y rebusca algo. Da vueltas, pasea pesquisando. Recontrabusca y nada encuentra. La vida no te espera y el tiempo ya nos pisa. Envejece, se encorva, se hace más pequeño y necesita bastón. Eternamente esperando la cita con su amor. Su amor cuyo nombre es Soledad.

Selfie. Entusiasmado pasa una y otra vez un fanático de las fotos. Al parecer, todo cuanto hay en este mundo es motivo para cautivarse y secarlo en la memoria, en la imagen de la fotografía. Le gusta sacar foto a todo. También quiere retrato de él mismo con el mundo. Quizás lo diferente de la selfie es eso, que uno tiene la posibilidad de recordar no solo a su tierra, a su lugar o lugares en los que ha estado, sino también de recordarse a sí mismo como parte de un mundo, el suyo. También el fanático de las selfies se toma una con alguien del público. He ahí otra cualidad: la foto como un testigo de la compañía, de la semejanza y del recordatorio de que este mundo, si bien es nuestro, también es de los otros. Él pide que le saquen una foto: posa. Le roban la cámara. “¡Qué tragedia!”. Se preocupa y reniega unos instantes cortos. Luego, ya algo más tranquilo pero triste, saca su celular y se saca selfie con su cara larga. Se saca varias, super triste. Pero no deja de posar… y con él el hermoso mundo.

Beijing, aeropuerto, llegada internacional. La manera en la que se anuncia el título de este número es como la típica voz que hay en los aeropuertos y en los aviones para avisarnos del despegue, el arribo, las llegadas y las salidas. Un pasajero ha llegado a la ciudad china de Beijing. Toda llegada, incluso todo retorno, está invadido por las incertidumbres, temores y dudas. “¿Dónde voy?”, se pregunta el viajero confundido. “¿Por allá?”. ¡Ah sí! Tiene que llenar los papeles correspondientes de un viajero, por supuesto. No sin antes pasar por las típicas filas de aeropuerto que le cansan a todo el mundo. La espera consume a la gente como los desiertos cada día más calientes a sus oasis. “¡Por fin!”. Llega al mesón, le atienden. Hasta que firme y llene inútiles datos en formularios le quitan el turno. A la cola otra vuelta. Ahora fotos: de frente y de perfil. ¡Listo! Es la muerte de la vitalidad humana por la espera agotadora y sofocante de la modernidad y la globalización.

Día de caza. Este número, el más especial de todos, Bizot lo realizó con sus alumnos que tienen autismo. Después de actuar una vez, ha actuado una segunda brindando la explicación hablada del acto, pues resulta distinto la percepción y sensibilidad de una persona autista y, por ende, los movimientos, gestos y expresiones se entienden diferente a lo que acostumbramos. Suena: La Pasión Según San Mateo de Bach. Es la noche. El cazador acaricia la tierra con especial conexión. Ya llega la luz de la madrugada… Son las dos, las tres. Son las cuatro, las cinco; finalmente las nacientes seis de la mañana. Todavía el frío debe estar ahí fuera. Él toma su grande abrigo y alista sus flechas y su arco. La amada está en la casa. Un beso de despedida. Se está por ir; ella quiere otro. Le da y se va. Saluda a un hombre en el camino. Se aleja. El hogar es cálido de amor. Y cuanto más camina el cazador, más extraña su casa y se pone melancólico. Finalmente llega al lugar de caza. Me imagino que es una pradera con uno que otro árbol por ahí. Siento las hierbas altas que salen del escenario como manos imaginarias de la misma tierra. Pasa un ave por su cielo, entonces él saca su arco y alista una flecha. Apunta el vuelo del pájaro; tira. Cae la criatura celestial del Señor y con ella todas sus plumas en forma de lluvia y la tragedia explícita del acontecimiento. Parece que él se oculta detrás de un árbol. “¿Será que Él está viéndome?”. Se pone a llorar. Después va al río: nada, bebe, espera, el día pasa, el sol se pasa y espera. Llega la noche, se da cuenta que está perdido. La misericordia por los demás seres del mundo siento que es el tema central de éste número.

50 años de silencio. Ahora es el turno de Mozart. El réquiem es una misa para difuntos. ¿Quién está muriendo en este número? Bizot interpreta a Bizot. Se encuentra arrodillado. Algo incomoda su interior. Quizás sonido, quizás más silencios aún. Grita la nada, grita silencio, grita todo desde ese lugar vacío. ¡Grita! Porque sufre. Lo veo a Bizot y no dejo de pensar en la siguiente cita de Jaime Sáenz en Felipe Delgado: “… una región propicia para escuchar el silencio eterno. Y, aunque no escuchemos nada, nos bastará estar allá”. ¿Es cierto que nos será suficiente estar en el lugar del silencio eterno? ¿Por qué grita Bizot? ¿Por qué sufre y se incomoda y agoniza? Hay un punto en el que la ausencia quema, como fuego ultravioleta dentro de las vísceras de uno. ¿Es acaso este número, en día de lágrimas, con su réquiem, una misa teatralizada para la muerte del silencio? El silencio también podría quemar insoportablemente al interior humano. Y de sus cenizas la culpa, quemante a lo lacrimosa.

En la imagen. Siendo todo blanco y negro, un explorador nos hace ver el paisaje colorido que esconde el escenario y cuya llave es solamente nuestra imaginación. Suena de fondo una música que no pudo ser más acertada: el soundtrack de la película La Misión, compuesta por el histórico Ennio Morricone. El excursionista comienza temblando, probablemente por el asombro de la belleza que lo rodea. Pasa los paisajes, viaja. Todo paisaje y lugar es una imagen. El viajero tiene como territorio un cuadro que contiene pintado el globo inmenso del mundo. ¿Es el mundo un globo azul? ¿Rojo o multicolor? Todo panorama es el descubrimiento de un nuevo cuadro dentro de otro cuadro. La tierra como una galería de sus retratos. Trepar una montaña, pasar una piedra grande y el viajero queda absorto con lo que encuentra. Nuestro mundo es finito, pese a que es imposible recorrerlo y conocerlo en su totalidad En este caso, son los mismos paisajes los que le encierran al viajero. El marco se hace cada vez más pequeño y empieza a sofocarlo. Se da cuenta y trata de empujar los propios límites de su habitad. Nos mira rendido. Ahora todos sabemos que él es parte de la imagen. Y que, así como ha quedado encerrado el explorador, también podríamos quedar así nosotros. Mientras eso pase: disfrutamos de este mundo y de sus paisajes de bello color que se nos ha regalado.

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