Recuerdos vetustos de la Cuba revolucionaria

Freddy Zárate revisa un libro de Néstor Taboada Terán sobre la Cuba revolucionaria

Fidel Castro Fidel Castro Foto: internet

Freddy Zárate
Puño y Letra / 30/01/2023 17:47

En la actualidad la efervescencia política, social y cultural del movimiento revolucionario cubano del siglo pasado quedó prácticamente olvidada por aquella generación de militantes y simpatizantes izquierdistas que profesaban el modelo cubano como un paradigma “obligatorio” a imitar en los países del llamado Tercer Mundo.

Para refrescar el contexto sociopolítico de aquella “gloriosa” época, recurrimos al escritor y militante revolucionario Néstor Taboada Terán (1929-2015), quien escribió el libro Cuba: paloma de vuelo popular (Oruro: Editorial Universitaria, 1964). En el preámbulo del texto, el autor indica que su viaje a Cuba fue a raíz de una licencia que solicitó a la Caja de Seguridad Social donde prestaba sus servicios como empleado público: “Días después –dice Taboada–, el funcionario del personal, me comunicó que estaba concedida mi licencia. Y encontrándome ya lejos del país, en Cuba, individuos de mala fe (...) confabularon como villanos tratando de someterme. Estos exproletarios, botelleros, de vocación policial frustrada, habían recibido sumisamente consignas para destituirme”.

A pesar de la amarga experiencia con la burocracia sindical, Taboada retrata algunas curiosidades de su visita a la isla revolucionaria.

El viaje de Néstor Taboada fue a fines de junio de 1962, cuando por ese tiempo –relata Taboada– la ciudad de La Paz se encontraba agobiada, exhausta y las calles casi desiertas fueron mudos expectantes de lo que haría Estados Unidos con su pendiente amenaza de agresión económica. Unos días antes –cuenta el autor–, “se produjeron mítines antinorteamericanos en varias ciudades del interior demandando relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética y en La Paz hubo disturbios porque los manifestantes apedrearon la empresa Bolivian Power Co. y trataron de atacar la Embajada norteamericana custodiada por fuerzas policiales”.

Horas más tarde, el convulsionado panorama pasó a un clima de tranquilidad. A los pocos días, Néstor Taboada se trasladó de La Paz rumbo a El Alto en un desapercibido automóvil. Al llegar al improvisado aeropuerto se produjo el siguiente dialogo: “-Entrego mis valijas, pasajes y pasaporte”. A lo que le pregunta un empleado: “-¿A la Habana?”. –Taboada responde: “–Sí señor”.

El itinerario de viaje que recorrió el autor de la novela El precio del estaño fue: Lima, Guayaquil, Panamá y México. Luego de permanecer unos días en suelo mexicano tomó un avión rumbo a República de Cuba: “Estamos volando desde México en un aparato de la Cubana de Aviación, con destino a la Habana. La mayoría de los pasajeros son jóvenes mexicanos, colombianos, peruanos, bolivianos, chilenos, etc., que viajan a conocer la Tierra Prometida”.

Al aterrizar a suelo cubano, “el altavoz del avión nos anuncia

–dice Taboada– que debemos ajustarnos los cinturones. Hay una alegría inusitada en los rostros de los pasajeros. Al fin Cuba, la bella caribe, la tierra donde nace el sol, la tierra del amor... El avión vuela a ras del paisaje, para después aterrizar cuidadosamente en el aeropuerto internacional José Martí”.

Antes de salir del avión, Taboada manifiesta que tuvo una sensación de calor, “es el trópico que nos saluda”, al alzar su cabeza notó un letrero inmenso que decía: Cuba territorio libre de América. “Yo sonrió y recibo de manos de una de las muchachas más lindas un ramo de flores rojas”, manifiesta Taboada.

Siguiendo el relato de Taboada, un lujoso Chevrolet del ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos) esperaba a los visitantes para trasladarlos del aeropuerto al centro de la Gran Habana, que en esa época contaba con 1.350.00 habitantes. Una de las primeras impresiones que recalca, es ver una carretera bien pavimentada. Al llegar a la “avenida de Rancho Boyeros hay un movimiento inusitado de camiones, omnibuses que son llamados guaguas, automóviles, vagonetas, motocicletas”.

Luego de ese breve recorrido llega al Hotel Riviera –que es catalogado como de primera categoría–, “es una construcción enorme –describe Taboada–, tiene más de 25 pisos. Las puertas de entrada son de vidrio y nos abren mozos de librea y trasladan las valijas hasta las habitaciones del piso 18, muy bellas y elegantes, con radio, baño y teléfono privado”.

Ya en su habitación, Néstor Taboada relata un curioso suceso: “Mientras se baña Félix Mostajo –camarada de habitación–, decido comunicarme con los amigos bolivianos que se encuentran en la Habana. Tomó el teléfono y una voz femenina me dice: –¡Patria o muerte! ¿Dime mi vida? Yo, desconcertado, respondo pidiéndole disculpas y cuelgo el teléfono, pienso que alguna muchacha ha sufrido una lamentable equivocación. Insisto levantando el auricular y escucho otra voz: –¡Patria o muerte! ¿Te escucho mi cielo? Yo insisto nuevamente en que esta muchacha, al igual que la anterior, debe estar equivocada y le explico que yo trato de comunicarme con Radio Rebelde, con el señor Walter Espinoza Barrientos.

La telefonista se ríe y dice:

-Pero no é pa que te ponga bravo, mi niño. Espera un minuto, ahí va tú. Habla mi vida. Y otra voz del hilo: –¡Patria o muerte! ¿Dime? Después comprendería con el tiempo, por su puesto, el carácter de la mujer cubana: suave, cariñosa, afable, muy femenina”.

Luego de desempacar maletas, los huéspedes bajan al amplio lobby donde se halla el comedor L’Aiglon. Taboada indica que en una mesa amplia y redonda se reúnen guatemaltecos, peruanos y ecuatorianos, donde “cada uno habla con fervor de su patria”. Los garzones circulan por cada mesa Coca Colas cubanas, con hielo, la toronja íntegra que remplaza al caldillo. Después el plato fuerte, ancas de rana. Luego, el jefe de garzones –llamado capitán– dice: “–¿Desean café? –Yo le pido té. Y el capitán se ríe de buena gana: –¿Estas enfermo? Respondo –No, ¿por qué? Y me dice: –Porque en Cuba se toma el té como cocimiento, cuando uno está enfermo, y de ahí que el té se vende en las farmacias”.

Después de la cena, la gran comitiva sale a pasear al Malecón, que es descrito como un lugar “íntimo, oscuro y oceánico. No tiene la vivacidad y el colorido de la playa Copacabana de Brasil, porque las playas cubanas son particulares y están en las zonas y casas residenciales, amuralladas”. A lo que sentencia Taboada: “Hoy, menos mal, la mayoría de esas casas residenciales y playas particulares son de las escuelas y colegios del pueblo”.

Posteriormente, se trasladan al centro de la ciudad, rumbo a la Rampa. Ahí pudo ver que en el cinerama de Radio-centro proyectan la película soviética Un turista en Moscú. “En la puerta los maniseros, al lado de sus braseros de lata, están ofreciendo cucuruchos con sus voces delgaditas”. Rápidamente “caminamos por las calles 23 y Línea y Avenida de los Presidentes

–menciona Taboada–.

Y otra vez la guagua nos conduce al Parque Central de la Habana Vieja, donde se reúnen noche a noche ciudadanos de buena voluntad para discutir el estado del mundo, en corrillos formados espontáneamente”. La perorata que pinta Taboada de esos “hombres de buena voluntad” tiene un sesgo de frivolidad: “-A esta revolución hay que empujarla pa’alante, qué coño. Arrancaremos todo el marabú...”.

En esos días, Taboada vio suscitar “la alegría combatiente”, que así se llamaba al carnaval habanero. El carnaval empezó el 22 de febrero –después de un intenso preparativo–, que inició con la elección de la Estrella y sus Luceros, que son nombres que remplazaban a los “detestables” concursos de belleza. Las participantes fueron elegidas por un jurado seleccionador reunido en el coliseo de la Ciudad Deportiva: “De 53 bellezas que representaban a las organizaciones sindicales revolucionarias y de masas, salió electa la bella villareña Nerina Romero, delegada de los trabajadores fabriles, miembro del Batallón 5011 de las MNR (Milicias Nacionales Revolucionarias) y estudiante de Derecho Diplomático”.

Al día siguiente, Nerina fue proclamada Estrella de la Alegría Combatiente de 1963, en un baile popular en la Avenida Puerto, que estuvo amenizado por orquestas. Estos bailes populares de carnaval se entendieron por toda la Habana. El sentir del pueblo queda representado en esta plática: “-Este carnaval ya no é de lo privilegiados. Ahora todos se distraen, ¿sabe? –dice el caballero que esta saboreando su cerveza fría, en un vaso de papel. –¿Y como era antes el carnaval? –Pregunta Taboada. A lo que alega: Una fiesta bitonga. Carroza financiada por el gobierno y por la empresa capitalista y una que otra vez la banda de Miami. Ahora eso se acabó, ¿sabe? Sí señó. Ahora el pueblo se distrae. Fíjese, esa carroza es de los sindicatos... Sírvase, mi hermano, una fría...”.

Estos hechos registrados dentro de la revolución cubana, nos conducen a la antigua locución latina: panem et circenses, que literalmente significa “pan y espectáculos del circo”; cuya práctica es para mantener tranquila a la población.

Otro escenario que refiere Taboada, es en la zafra. Junto con otros camaradas se dirigieron a las oficinas del ICAP, que es uno de los muchos lugares de concentración de los trabajadores voluntarios para cortar caña: “Los voluntarios llegan con sombreros de yarey, pantalones de trabajo, botas y chamarras como para escalar montañas (...). Todos lucen alegres, confiados, felices. En este instante –escribe Taboada– recuerdo lo que dijo Raúl Castro, que hace pocos días, en una concentración en un homenaje a Jesús Menéndez: Antes millares de desempleados se agolpaban, por esta misma época, en los bateyes de las colonias reclamando una mocha, disputando cada uno con el compañero la oportunidad de emplearse (...). Hoy en lugar de agolparse (...) hay miles de voluntarios”. Este éxtasis revolucionario llevó a Taboada a solicitar una mocha, “me preocupaba sobremanera su filo. Es la primera vez que manejaré un machete”.

El trasfondo ideológico del gobierno cubano se encuentra en la lógica de que los trabajadores voluntarios hacen un acto revolucionario en la zafra, que es otra forma de ganar la batalla al imperialismo. Por ejemplo, este sentir existencial se encuentra trazado en la afirmación que anotó Taboada del panameño Carlos García que dice: “No soy más que un trabajador voluntario en la primera patria socialista de América, feliz y contento”. Hay otros pasajes de la vida cotidiana de Cuba que relata Taboada, que son recurrentes arengas a la revolución cubana.

Todo viaje tiene algo de idealización con lo exótico, el relato de Néstor Taboada Terán es una estampa de su tiempo y de la conmoción que produjo la revolución cubana a su generación. El testimonio es útil y hasta necesario para mostrarnos los resultados de un proceso político. En la actualidad –a casi medio siglo de la publicación del libro de Taboada–podemos advertir que la prometedora Cuba se fue estancando en su farragoso discurso revolucionario, además del fracaso en la implementación de políticas públicas, ya que las arengas rojas no son suficientes para construir un paraíso en la tierra.

Los resultados evidentes de la revolución son: una desinstitucionalización del Estado de derecho, donde el gobierno castrista practicó una sistemática violación a los derechos humanos; persecución política a todo opositor; instrumentalización de los medios de comunicación; ideologización de la educación; el fracaso del modelo económico socialista; entre otros.

Estos aspectos nefastos de la Cuba revolucionaria no son discutidos ni criticados por los “nuevos” revolucionarios, en todo caso, los actuales izquierdistas viven estancados en la mirada idealizada de Néstor Taboada Terán, que al final del texto indica que para los cubanos arrojar al mar una flor es el símbolo del recuerdo imperecedero. Y este simbolismo curiosamente sigue vigente en el ideario existencial de los camaradas del siglo XXI.

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