El color de las ovejas negras
Puño y Letra
La historia de Bolivia, para el común de la gente, es una desconocida. Pero la historia de la democracia boliviana, para esa misma gente, no solo es una desconocida, sino una incertidumbre. Por eso, cuando se publica un libro referido a la historia de nuestro país y, particularmente, a nuestro proceso democrático, deberíamos convocar a su inmediata lectura.
No somos Islandia, el país donde más libros se lee en el mundo. Somos Bolivia, uno de los países donde menos se lee. Aun así, El color de las ovejas negras. Crónica de un parricidio, el tercer libro de crónicas de la periodista Cecilia Lanza Lobo que relata desde la mirada familiar y personal, uno de los episodios más cruentos de la historia contemporánea boliviana, como fue el golpe y dictadura militar de Luis García Meza, debe ser leído, devorado, debatido en los cenáculos de la academia y en las aulas de los colegios. Porque es imprescindible que todos sepamos cuándo y cómo nació la democracia dentro de la institución que la negaba.
Este libro, pensado y trabajado durante más de 10 años, cuenta con los prólogos de dos destacados periodistas, el boliviano Rafael Archondo y el argentino Diego Fonseca. Archondo menciona en parte de su texto que “Este libro aparece a la luz pública provisto de una actualidad desconcertante. Desde 2019, pero sobre todo un año después, los bolivianos debatimos enardecidos sobre si la caída de Evo Morales fue producto de un golpe de Estado o de una movilización ciudadana.
(...) Como nos enseña Cecilia Lanza, el derrumbe de García Meza se logró mediante un golpe. Fue el empuje de los conjurados, precisamente infiltrados en los mandos de las Fuerzas Armadas, el que puso al dictador contra las cuerdas. (...) En 1981, la gente quedó prendida del televisor, no salió a la calle.
Cuando se produce un golpe, los civiles quedamos al margen. En consecuencia y amparados en las enseñanzas de este libro, podemos volver a decir sin dudar que en 2019 hubo una movilización ciudadana que forzó al presidente en funciones a presentar su dimisión. No hubo infiltración, sino todo lo contrario, un vacío de poder, que fue llenado por la Asamblea Legislativa, la cual acompañó la transición electoral hasta el último día.”
Diego Fonseca, por su parte, señala que “El color de las ovejas negras es un libro detallista que rearma los tableros de ajedrez que subieron y tumbaron a García Meza. Recupera la memoria paterna para desandar el escalafón militar —la familia del poder— y las acciones de quienes tuvieron significado en los momentos agrios y sanos de la existencia personal. En el libro conviven un editor comunista con decenas de militares viejos y caídos hasta la familia de un militante de derechos humanos. Klaus Barbie, Pablo Escobar y el narco mexicano Rodríguez Gacha. La sombra omnisciente y omnipresente del zorro Hugo Banzer. El hermano e hijo gay, exiliado por la intolerancia de todos, incluido el silencio de Lanza padre. Los mineros de Lechín. El Plan Cóndor y los milicos argentinos asesorando a sus pares bolivianos. La Paz, Cochabamba, Quito, Buenos Aires, Lima y Washington. El terrorismo de Estado y la llamada guerra sucia. Ronald Reagan. Una masacre. Espionajes y traiciones.”
La presentación contó con los comentarios de Raúl Peñaranda, Gloria Ardaya y Carlos Mesa.
Mesa, que abundó en elogios para el libro y su autora, dijo entre otros: “Tu abundante apéndice de notas, que reflejan y respaldan cada uno de los elementos de tus conversaciones, la forma en que encara las conversaciones con los personajes principales y con los personajes secundarios y con los personajes casi periféricos, es fundamental para construir la totalidad de la narración. Primera característica. El rigor de una crónica que se construye a partir del testimonio de los protagonistas, tal como recuerdan los acontecimientos (…). El segundo aspecto es algo que parece banal, frívolo: [y es que] el libro es extraordinariamente entretenido (…) Muchos no conocen los nombres, que son muchísimos, de los protagonistas, pero son como los nombres de una novela, los que uno va descubriendo y construyendo a partir de su propia interpretación para retornar a una totalidad atractiva, interesante, que atrapa y que no te deja terminar el libro sino hasta que has leído la última página”.
“El verdadero color de las ovejas negras es el color del autoritarismo, del narcotráfico, de la corrupción, de la destrucción de la democracia por la que tenemos que luchar todos los días de nuestra vida”.
Sinopsis
Julio de 1980. Estalla el golpe de Estado de la más cruenta dictadura en Bolivia al mando del general Luis García Meza.
Toda la fuerza militar participa, y al sur del país, en Tupiza, se produce la toma de las minas del Consejo Central Sur; era comandante del regimiento el teniente coronel Emilio Lanza quien, sin embargo, poco después decide rebelarse y enfrentar al dictador: “¡Que se vaya, carajo!”, le dice. Así, en mayo de 1981, desde Cochabamba, y al mando del Centro de Instrucción de Tropas Especiales, Lanza protagoniza dos alzamientos decisivos contra ese gobierno sostenido por el poder del narcotráfico.
En esta crónica, narrada desde la intimidad familiar y desde las entrañas de las propias Fuerzas Armadas, caben un periodista (El comunista), una defensora de derechos humanos (La cuervo), Luis García Meza (El Maestro), Luis Arce Gómez (El Loco), los paramilitares del nazi Klaus Barbie, el Rey de la Cocaína, crímenes dolorosos, lealtades, traiciones y múltiples complejidades familiares e individuales que, como decía Gabriel García Márquez, podrían parecer un cuento.
Lanza es tomado preso, huye, días después retoma el control de su cuartel, es apresado nuevamente, y junto a los suyos acaba en el exilio desde donde los rebeldes regresan para terminar lo que habían comenzado: la derrota de esa dictadura.
En este libro, la investigación histórica y el relato periodístico nos recuerdan que no hay buenos ni malos “químicamente puros”, sino que hasta las ovejas negras tienen algún color.
La cronista boliviana, Cecilia Lanza, presenta El Color de las ovejas negras, el tercer título de su producción intelectual.
Fragmento de la presentación de la autora
“Este libro comenzó siendo un proyecto cinematográfico. Por esa razón lo llevé a varios talleres, entre ellos Ibermedia y el primer taller de libros periodísticos de la Fundación Gabo con Martín Caparrós en Oaxaca, México. Y en esos encuentros, luego de leerlo, maestros y colegas mencionaban El olvido que seremos, esa bella novela de Héctor Abad Faciolince que se llevó al cine con el mismo nombre (dir. Fernando Trueba, Netflix,). De modo que lo primero que hice a mi vuelta fue precisamente buscar el libro de Héctor Abad y, de una vez por todas, lanzarme al vacío.
Porque estaba llena de dudas acerca de la voz, la presencia, los límites -¿hay, cuáles son?- del cronista, esta vez personaje mismo de la historia, involucrada -la cronista, yo- hasta el tuétano de los afectos. “Esta historia sólo la puedes contar tú”, me dijo también en Cuba Pablo Larraín, director de cine chileno (NO, 2012, con Gael García Bernal) cuando este texto era un proyecto cinematográfico.
Porque aunque reivindico a la crónica como mi matriz en el oficio, fueron dos los reparos para no asumir de inicio un yo tan presente, incluso autobiográfico, en un texto periodístico; más aún, asumir “sin pena”, sin sonrojos, el amor de una hija a un padre como lo hace Héctor Abad con el suyo. El primero es la consabida asepsia periodística, y el segundo, más complejo, es colectivo: el militarismo. Lo dije alguna vez, y es que la palabra “militar” es en Bolivia y en América Latina mala palabra y con razón. Por eso, asumirse hija, hijo, de un militar no es fácil, aun si digiero yo la paradoja del mío. Porque sobre todo creo, como Leila Guerriero, que no hay personas buenas o malas; ni siquiera buenos químicamente puros ni malos químicamente puros; y que “toda decencia, toda luz, toda honestidad tienen su lado oscuro”; y que “su inevitable viceversa –toda oscuridad, toda indecencia tienen su lado luminoso- es mucho más terrible” (Los malos, 2015). En mi caso, claro está, añado el salto mortal amoroso al impulso de Abad Faciolince.
Porque el mío, mi padre, fue mi mago. Un Papa Noel caído del cielo en paracaídas para alegría de los niños del barrio, un cómico en el escenario del comedor familiar, el mejor cuenta chistes del mundo, un arreglacositas preciso, maestro del disfraz, dibujante, arquitec- to, pintor, carpintero, coreógrafo, bailarín, cantante en el karoaoke de los jueves, escenógrafo sin igual, actor, piloto, mago, mi mago. ¿Cómo matar a un mago así?