Furia, de Clyo Mendoza: la única certeza es el desierto

Dos soldados que se aman es el punto de partida de esta historia que luego despliega guerra, porque la guerra es lo que cabe por encima de lo esperanzador. La escritora presentará esta novela el sábado 12 de agosto en la Feria Internacional del Libro de La Paz.

Furia, de Clyo Mendoza:   la única certeza  es el desierto

Furia, de Clyo Mendoza: la única certeza es el desierto

Furia, de Clyo Mendoza:   la única certeza  es el desierto

Furia, de Clyo Mendoza: la única certeza es el desierto


    Marcela Araúz Marañón
    Puño y Letra / 07/08/2023 04:33

    Si acaso fuera posible alabar la violencia, sería a aquella que empapa cada página de esta obra desgarradora y perpetua: una violencia narrada con maestría y desnudez. Furia, de Clyo Mendoza, abre una brecha profunda en la narrativa latinoamericana.

    La escritora mejicana llega –¡albricias!– a la Feria Internacional del Libro (FIL) de La Paz gracias a Dum Dum Editoras, que publicaron ya una nueva edición, y presentará esta que es su primera novela mas no su primera obra, dado que ella habita la poesía antes que la narrativa.

    Lázaro y Juan son soldados y se aman. Comienzan a hilar sus historias y de bruces caen en cuenta de que, si acaso hay algo inevitable, esto es el destino y el desierto. Y claro, la muerte. En esta obra la muerte es un perro febril y huesudo, un animal estremecido cuyo desasosiego se contagia con brutalidad o con la mirada curiosa de alguien más bien apacible. Lo apacible no tiene espacio en estas historias. No se confunda la desazón con lo apacible.

    La de Lázaro y Juan es la historia con la que arranca la novela. Más adelante –y cronológicamente, mucho después– también está la historia de amor gangrenado de Salvador y María. Pero a ambas les precede lo vivido por Sara y Cástula, en quienes se fecunda el desasosiego que trasciende toda la novela.

    Los vientres

    Cástula ama a Sara. Sara, madre de Lázaro, la abandona. Cástula, herida, busca venganza, quedando embarazada de Vicente, el hombre de Sara y padre de Lázaro. El hijo que concibe es Juan. Ambos vientres hilvanan un destino que solo bosqueja vacío en esas pequeñas vidas, las de Lázaro y Juan, quienes siendo niños tienen un primer encuentro en el orfanato. Hasta que llega la milicia para enlistar soldados y ese es el primer rostro de la guerra que conocerán. El primero de muchos.

    Luego todo es guerra. Amar es guerra para ellos: “¿Qué caso tiene vivir temiéndose uno mismo?” (44). Morir también. Han temido y se han odiado cobijados en ese amor marica que la aridez de ese México desierto no permitía: “No había salvación, pero a veces, lo más cercano a ser salvado era estar cerca del cuerpo de Lázaro. Qué culpa, qué horror, qué miedo se cernía sobre Juan cuando se daba cuenta de esto” (94)

    Vicente, ese personaje nefasto, es determinante en las raíces de este libro. Él también es padre de Salvador, quien engaña a María con Daniela. Los últimos días de Vicente parecen ser como las vidas que hizo vivir a tantas mujeres. Sucio, agazapado, encadenado; con espuma en la boca, es una bestia reducida a sí misma. Y eso le hereda a Salvador. 

    Los perros

    María solloza tímidamente en el vano de la puerta. Con estupor y con el peso de la derrota, admira la espalda de esa mujer, Daniela, que se retuerce triunfal sobre el cuerpo de Salvador. Ha perdido, lo siente, ante esa belleza rotunda. La espalda, las nalgas, el perfil de una mujer que no es ella. María se va. 

    Salvador inicia una búsqueda infértil. Busca a una mujer, busca a la mujer. Ansía ser esa mujer. Salvador se ha perdido de sí. Recorre, tal vez sin saberlo, los márgenes de la asfixia desértica. ¿Qué eres, Salvador, luego de vagar y aullar en medio del desierto? ¿Un perro desahuciado? ¿Un loco? ¿Un cadáver? ¿Qué eres cuando María no está más?

    Un libro he leído de Clyo y siento que le debo ya mucho. Furia es una obra que arrasa desde la primera página. La contundencia y claridad de la palabra, lo impredecible de las historias que va construyendo la autora te llevan del estupor a la conmiseración como si fueran un mismo jardín.

    La palabra de Clyo Mendoza en esta obra impresiona por la madurez, que casi roza lo demencial: “Lleva demasiado tiempo caminando. Grita queriendo decir un nombre, pero hasta los coyotes creen que son aullidos. Se confunden unos segundos y se agazapan entre las matas de sangre de drago. “¿Es un hermano?”, se preguntan, aunque ven ya el punto negro que parece ser un hombre, y rápidamente se dispersan, porque saben que está llorando. “Qué mal nos sienta el llanto de los hombres. Qué mal nos sienta sentir cerca la sombra de los hombres. Solo los perros pueden convivir con el llanto de los hombres, nosotros no. Nosotros no podemos, se dicen y se meten corriendo en sus madrigueras”.

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