Sobre sueños y paseos

Roberto Bolaño soñó que Georges Perec tenía tres años y que visitaba su casa. En un arranque de ternura Bolaño lo abrazaba, le decía que era un niño precioso. Este sueño, ocurrió dentro de un largo sueño, que Bolaño tituló Paseo por la literatura. 

Sobre sueños y paseos

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Sobre sueños y paseos


    Paura Rodríguez Leytón
    Puño y Letra / 14/08/2023 03:26

    Roberto Bolaño soñó que Georges Perec tenía tres años y que visitaba su casa. En un arranque de ternura Bolaño lo abrazaba, le decía que era un niño precioso. Este sueño, ocurrió dentro de un largo sueño, que Bolaño tituló Paseo por la literatura. 

    Bolaño sueña con Perec y desata todo un paseo por la literatura.

    Paseo por la literatura es un sueño compuesto por 57 sueños que avanzan como un caudal caótico de sensaciones y cuyo tiempo y lugar de registro es Blanes, 1994. El encuentro con Perec abre y cierra el largo sueño en el que habitan numerosos personajes de la literatura universal. Al final, el niño lloraba desconsoladamente, Bolaño intentaba calmarlo, lo tomaba en brazos y le compraba golosinas y libros para pintar. Avanzaban por el Paseo Marítimo de Nueva York y él se decía: “No sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte”. Después comenzó a llover y avanzaron tranquilamente camino a casa. ¿Pero dónde estaba su casa? 

    Yo tuve algunos sueños, quizá al modo de un pequeño paseo por la literatura. En uno de ellos yo veía que en el borde de una cima había una especie de quiosco de cemento como los que se instalan para ver las carreras de autos, con un asiento de cemento para sentarse y un techo de calamina, del techo pendían unos móviles de metal que sonaban con el viento, porque había un viento muy fuerte y hacía mucho frío, era de madrugada y entonces todavía estaba oscuro. El sonido de los móviles era similar al de unas campanitas que a mayor viento emitían mayor tintineo. En el asiento estaban sentados unos niños, muy serios, les pregunté qué hacían y ellos me miraron con severidad, no debía hacer ruido ni interrumpir, pues estaban buscando el alma de Gustavo Cárdenas Ayad. Y repetían sus versos: “El viento/ es lo único/ que queda/ cuando alguien/ se va para siempre”.

    Tuve otro sueño, fue ambiguo, pues me provocaba sentimientos de tristeza e incomodidad, al mismo tiempo de mucha animosidad y sorpresa. Vivía en una pequeña habitación donde las camas estaban hacinadas lado a lado, y junto a las camas estaba también la cocina pegada a la pared embadurnada de grasa. En aquella pobreza, nuestro hospedado era Octavio Paz, al que le asignamos la cama de la esquina, pues tenía un poco de privacidad, ya que le tapaba un ropero. Octavio, un hombre ya mayor, de pelo totalmente blanco, era tal como lo vi en alguna fotografía del Larousse, pensaba yo en el sueño. El poeta hablaba afablemente, estaba tranquilo y se mostraba muy contento. No dejaba de conversar sobre poesía. Yo me sentía incómoda por no poder ofrecerle ningún confort, le escuchaba y de pronto fuimos interrumpidos por el ingreso brusco de la dueña de casa que entraba a observar quien era que hablaba tanto. Octavio Paz estaba tan concentrado en recordar anécdotas literarias que no se inmutó con aquella visita inesperada. La dueña tomó nota de su presencia y salió del cuarto. Era una hora temprana de la mañana, el sol comenzó a entrar por un ventanuco, Octavio me convocó para observar la belleza del reflejo de luz y la sombra de una rama que se balanceaba sobre la pared. Es un cuadro hermoso decía. 

    Y hubo otro sueño, estábamos en un agradable huerto, era en Sucre, al fondo había un frondoso níspero, lo rodeaban coloridas dalias. De algún lugar llegaba el sonido de una pila abierta y el olor de geranios húmedos daba la sensación de estar muy cerca de una vertiente fresca y gredosa. En medio de las dalias, en una pequeña silla de madera, estaba sentada una niña, que miraba el cielo y sonreía. En el sueño, hubo un momento en que el tiempo se paralizó y todo quedó detenido y el escenario fue cambiado como si se tratara de un cambio de página. En esta nueva escena del sueño, la niña era una anciana de estatura pequeña, estaba sentada en la misma silla, y las dalias también estaban en su lugar, pero el huerto había cambiado, ya no estaba el níspero. En vez de él había un pino un poco desvaído y triste. La anciana miraba el cielo. Has visto lo hermosas que están las dalias, me dijo. Sus colores son increíbles. Y el cielo también está espléndido, me dijo invitándome a quedarme con ella. Me miró a los ojos y me sonrío. Y yo supe que era María Josefa Mujía. ¿Puedes mirar las nubes?, le pregunté feliz. 

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