Apuntes sobre Un presente abierto, etc.
La presentación del libro Un presente abierto, de Mónica Velásquez, fue uno de los acontecimientos de la Feria Internacional del Libro de La Paz. Publicamos el texto que César Antezana / Flavia Lima elaboró para esta ocasión.
Qué enorme alegría es leer a Mónica Velásquez. Y no lo digo solo porque, si Mónica usara redes sociales, yo sería definitivamente una fan destacada, sino porque su escritura, su conversa, nos permite generosamente otear horizontes. O calcular los abismos, según de qué humor la encontremos.
En este libro, publicado por Mantis, nos encontramos con Mónica en muchos registros. Ella misma parece sujeto de crisis mientras vamos reconstruyendo la lectura. Ella misma, esta Mónica hecha de palabras, sin cuerpo posible que la contenga, ya veremos más adelante, se deja caer; no, mejor se arroja, se avienta a cada momento a los abismos construidos por las otras escrituras que escudriña.
Parece pasear por una ciudad, por un escenario, por una habitación. Camina, se detiene a conversar con algunos conocidos, con algunas conocidas, también hechas de palabras como ella misma (¿acaso habrá algo que no esté echo de palabras?). A veces la conversación parece suceder en un aeropuerto, con toda la angustia y nostalgia que allí suelen conjugarse. Se prepara algo para tomar y se arroja por fin en un sofá viejo a mirar algo de porno en la tele, acaso en la casa paterna.
¡Qué entretenido imaginarla así, a Mónica Velásquez, cierto! En fin, más allá del voyeurismo al que nos invita constantemente con sus interpelaciones, con sus indirectas, con sus insinuaciones, hablando por nosotras, inventando un alter ego que apenas se nombra pero que aparece en cursivas y altisonante, con un airecillo insoportable de quien pretende establecer un lugar seguro (como si sus coloquialismos la salvaran de todo el horror que la rodea: oh laberinto de palabras y personajes y autoras y poetas que son así mismo paisajes y espacios y rutas y mapas y ya cállate Baudrillard diciendo que el territorio no existe, que solo los mapas existen, cuando la carne humeante se cuela por las ventanas que apresuradamente cerramos de la parte de atrás del auto chuto en el que intentamos huir, eso sí fotografiando la escena apocalíptica para el insta; en fin por todas esas instantáneas, esos reels por los que deambulamos con ella: como si hablar en voz alta le diera protección de algún modo de aquellas cosas a las que nos arroja con violencia; como si el sarcasmo nos alejara del mal agüero).
Si, quizás esa autora, que no Mónica Velásquez, y la lectora, y la que escribe cartas y ellas, están aquí dentro para darse ánimos entre todas y no desaparecer del todo a lo largo de la travesía por la que se empeñan en llevarnos a nosotras…
Alguna vez Octavio Paz, refiriéndose al Marqués de Sade, afirmó que uno de sus mayores méritos habría sido registrar sin asco las formas del deseo, así, sin rechistar, sin hacer la cara a un lado, digamos. Acaso Mónica Velásquez hace un poco de eso ahora, cuando nos regala estas reflexiones, estas consideraciones sobre este nuevo fin del mundo, otra vez televisado.
Este es un libro ambicioso. De esos que apuestan a que su forma y su contenido vayan de la mano y se refuercen entre sí. Dialoguen. A continuación haré referencia solo a algunos elementos que me mordieron un poco esta mano lectora.
A lo largo del libro se tejen muchos diálogos e incluso los monólogos en primera persona son reflexiones con nosotras. Y entonces son pedacitos de conversaciones los que podemos distinguir entre las palabras. Y entre todo eso presentimos una pulseta que no se termina de decidir: ¿es la audacia de la ensayista la que propone leer las consecuencias de la narrativa que aborda, o es esta narrativa espoleada por las críticas que esa misma voz devora, las que jalan a la voz que nos guía?
Esta tensión es la que dinamiza la conversa, la que nos permite seguir y seguir por este intrincado paisaje.
Es maravillosa la sensación de cómo vamos perdiendo, conforme escuchamos, conforme, vemos, conforme leemos (porque pareciera que todo eso se puede hacer aquí), los contornos de lo que es ficción, crítica y opinión y dato, cita, paráfrasis. En las escenas que presenciamos se encuentran tanto los personajes de las novelas, como las autoras, los autores, las académicas y los fantasmas de lo que dijeron, de lo que podrían decir. Este es un juego mediúmnico, y la autora si solo hay una, parece una chamakani, que alberga en su escritura, ya no en el cuerpo, un sin número de voces.
Eso es. Polifonía. Porque el presente está roto. Está hecho añicos y a veces lo retenemos en nuestras manos y empiezan a derramarse por todas las páginas, que son el universo entero. Entonces no podemos asomarnos a él como acostumbrábamos a hacer. Esta es la nueva crítica para las nuevas escrituras de la región.
Es como si recogiera el desafío de Rivera garza: ¿Estás contra el estado de las cosas, pero sigues escribiendo como si en la página no pasara nada?
Las familias, los apocalipsis, las relaciones con el entorno, las mutaciones, el sexo, el deseo, la violencia, el devenir y los rizomas, son solo pretextos para reflexionar sobre las relaciones que se tejen y destejen en las nuevas cartografías que emergen como islotes donde antes solo había desiertos. Los cuerpos y los otros cuerpos, los ajenos. Los otros. Esos son los que avanzan entre la bruma de lo real. Y de ahí viene la literatura que ha construido recientemente nuevos filtros para asomarse y dejar pasar olores, colores y texturas. Porque todo está, como dice Mónica, en extinción permanente, o mejor, en extinción constante. Lo presente sería eso.
Dejar un registro de ello, de ese presente, es el gesto que escenifica su gesto: mientras hablan reclaman por la grafía, por la forma en que son citados por la escritura que se desparrama/chorrea de las páginas: un truco (porque la escritura lo es) que nos deja la sensación de que se hace, de que sucede mientras leemos.
Mientras nos inclinamos reverentes sobre sus páginas se nos dice que esto es un poco un juego y le creemos y después nos arroja cuerpos chamuscados a la cara y entonces le tenemos miedo. Parece caer en la frustración de lo que se acaba y no puede recuperarse. Pero luego nos habla de las mutaciones del viento que habita en las cuencas de los ojos de las comunidades y nos deja respirar un poco. Solo para que un poco después nos devuelva al viejo sillón donde nos acomodamos con ella a regañadientes a ver pornografía…
Mónica Velásquez es parte de nuestra tradición.
Y aunque parezca halago vacío, lo traigo a cuento aquí porque esto implica asegurarse un lugar en este “mundillo”, pero también resulta un riesgo.
Es parte de la tradición digo, porque ella se inserta en una tradición crítica regional. Su texto construye una genealogía de pensamiento muy bien edificada a fuerza de lecturas y pasión y curiosidad y juego.
Y es riesgoso digo, porque las filiaciones solo salvan cuando destruyen y viceversa.
Entonces es una escritura que seguir, que parodiar, pero también una escritura contra la que estrellarse. Una inscripción en un lugar que odia las inscripciones.
Porque ser anarquista en este territorio siempre me pareció un ejercicio sin mucha imaginación. Aquí todo el mundo es anarco sin mucho esfuerzo. Nos encanta arrojar piedras a las paredes que ostentan cuadros que hacen referencia a la historia. Nos fascina zaherir cualquier cosa alusiva a la tradición. La tradición existe porque tenemos algunos libros y videos, algunos, en la estantería. Y la odiamos. Y entonces todas somos parricidas. Por eso, reflexionaría también Mónica en otro lugar, no construimos movimientos generacionales o cosa parecida. Asumir ese lugar incómodo es valiente. Supongo que también es divertido.
Aquí podemos encontrar una Mónica traviesa, que hace malabares con palabras que queman. Celebremos mucho y pronto la publicación de este artefacto.