Del caos a Matilde
La escritora y crítica de teatro, Mabel Franco, nos comparte sus impresiones acerca de Matilde: En las ojeras de la noche.
Conocí a Carolina Zamudio hace dos años en eMuchas manos en la masa pueden causar… envidiable caos. Un caos que, creo, es la mayor cualidad desaprovechada de eso que llamamos “lo boliviano”. Qué opciones hay: o se mira dicho caos con enojo, con ganas de ponerlo en vereda, o se sucumbe a él con inconsciencia francamente fatal, o se lo cabalga para absorber su energía e inyectarla de inventiva. Opciones, digo, que valen tanto para quien crea una obra como para quien se expone a ella.
Caos inyectado de inventiva es lo que respiro en la ópera que procesaron escritoras –seis, nada menos--, compositor y director, músicos, escenógrafo y puestistas de la contemporánea Matilde: En las ojeras de la noche.
Vaya uno/una a saber qué representa Matilde Casazola en la vida/obra de cada quien que se haya acercado a lo hecho y la forma de vivir la vida de esta mujer. A veces se cree que la popularidad de una canción –y Matilde tiene muchas que se pueden considerar himnos a estas alturas—implica un consenso universal: como si todos y todas sintieran lo mismo al escucharla. En realidad, respuestas debe haber tantas como almas existen para darlas. Y si así es con algo “popular” como el cancionero de la chuquisaqueña, hay que imaginar las dimensiones que es capaz de abrir su poesía.
El intento de recoger algunas de esas respuestas para armar el libreto, en diálogo con la música no narrativa de Cergio Prudencio, es el primer paso al servicio del caos productivo. El segundo es haber plantado en escena a una Mati, el personaje, que no es Casazola, sino el espejo de varias lunas que reflejan en el desconcierto y búsqueda de sentidos para vida y obra de la joven, los hitos de obra y vida de la titiritera, la guitarrista, la compositora, la poeta, la sobreviviente, la exiliada, la rebelde, la mujer. A su vez, tal espejo devuelve el reflejo así multiplicado a su inspiradora, a la Matilde.
Palpamos, pues, el infinito de la voluntad de crear y recrear.
Una pantalla gigante, con el cosmos logrado mediante mapping, domina el fondo, de abajo a arriba. Estrellas se mueven allí como fondo imponente de las reflexiones de Mati. Qué tentación para recordar al filósofo Pascal que planteaba que el ser humano debe asumirse como una nada entre lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Sólo que desde la poesía, estas mujeres –Matide, Mati y todas las que en ella pugnan por decir- son alguien porque nombran y entonces atrapan lo infinito: Dios –el director veleidoso con su tacita de café-, la noche, la memoria, el ego, el propio cuerpo… El caos universal se ordena a imagen y semejanza de las poetas: ojos, guitarras, la Matilde de paso y con estela.
En tal contexto, yo esperaba de Mati, la estupenda mezzosoprano Paola Alcócer, que se mostrase múltiple, multívoca, pero no ocurre así y ésta es, para mí, el mayor pendiente. Desde el vestuario y el peinado, esta Mati que no en vano llega desde la platea y se va por allí, en escena resulta encorsetada. Si tan solo, tal vez, cambiase de formas, detalles del ropaje, el cabello, los zapatos, la “muchedumbre” del origen saldría ganando.
Y el rap que recita en cierto momento tendría mayor sentido y no parecería una concesión, algo accidental. En todo caso, este guiño en la música de un compositor como Prudencio es otro logro de saber montar el caos.
La puesta, con esas estructuras elevadas en los extremos de la escena sobre las que se acomodan los músicos, frente a frente, armando una calle que o cobija o limita a Mati, promete mucho más de lo que se pudo mostrar en el estreno de la obra. Porque músicos y cantante, en el plano central medio del espacio, podrían dialogar más. La prueba del impacto de tal posibilidad se mide cuando la guitarrista que lleva el poncho –la Matilde– se acerca a la protagonista.
Matilde: En las ojeras de la noche es, pues, un suceso. En un tiempo en el que abundan las biopics, es decir las biografías de famosos en las que suelen importar los pelos y señales, nos topamos con esta obra que remite, sí, a Matilde Casazola; pero no para contar su vida como si fuese historia. La ópera se juega por algo mucho más riesgoso y, creo yo, trascendente: recoger, como en un espejo multidimensional, en un firmamento, lo que la obra de una artista es capaz de inspirar y mover en otras reunidas en el personaje Entonces, quien observa puede permitirse imaginar los impactos, las continuidades, la vigencia de una obra en sus infinitas y caóticas posibilidades.