El día después de la fiesta, Puño y Letra se propuso preguntar, a asistentes de toda Bolivia, acerca de la experiencia que tuvieron en el festival Música para Respirar y la ópera: Matilde: En las ojeras de la noche. Para nosotros era importante conocer qué sentimientos y pensamientos había provocado el suceso en los asistentes. Lanzamos la invitación a más de una veintena de actores culturales y público en general, muchos, quizás la mayoría, se negaron y nos dieron sus razones. Otros, aceptaron de buen agrado y se ciñeron a los dos o tres párrafos que les pedimos (Diego Massi, Cecilia Campos Villafani, Claudia Daza, y Mariana Calisaya pags 4 y 5). Otros, en cambio, desarrollaron más sus ideas, y se extendieron (Harold Beizaga y Alvaro Monroy, en las pags 2 y 3, y Mabel Franco en la pag 8). De cualquier forma, hemos buscado que todos tengan cabida en este número. Para nosotros, es bueno constatar que hay diferentes valoraciones, diferentes perspectivas, y qué bueno que así sea, de eso se trata el arte, de movilizar pensamientos, diferencias y comuniones. Gracias a los que se dieron tiempo para respondernos, a los lectores, este es el resultado.
"Lejos de ser un homenaje, la puesta en escena de la ópera Matilde, en las ojeras de la noche es una transgresión".
Matilde para respirar
Cecilia Campos Villafani (Gestora Cultural/Artista)
El movimiento cultural que generó el Festival Internacional Música Para Respirar en Sucre durante las últimas semanas ha sido la inyección de adrenalina artística que, desde las lejanas épocas del auge del Festival Internacional de la Cultura, no sucedían en la ciudad.
Músicos de muchas partes del mundo, escritoras, artistas del teatro y un grupo de jóvenes promesas de la música de todo el país estuvieron reunidos en Sucre durante casi dos semanas haciendo que sucedan momentos de diálogo cultural, espacios democráticos de acceso a conciertos y encuentros valiosos de creación inspirados en la poesía, música e historia de Matilde Casazola. Sin duda, es una experiencia que debería encontrar eco en las autoridades del área de la cultura en el país, en el departamento y en el municipio, no solo para tener continuidad, sino para que este movimiento crezca.
Como resultado de este festival surgió la creación y puesta en escena de la ópera “Matilde, en las ojeras de la noche” un género de música teatral que, con este aporte, suman solo cinco obras producidas en la historia de Bolivia. La propuesta de este festival, poniendo esto como punto de partida, fue un desafío ambicioso.
Transgredir el lenguaje tradicional de la ópera y reinventarlo en términos contemporáneos fue un reto meticulosamente trabajado por Cergio Prudencio desde la música, quien siendo persistente con sus propias exploraciones tradujo musicalmente a Matilde, evitando obviedades (que quizás el público no esperaba) y apostando más bien por generar sensaciones y atmósferas para tejerlas con los textos que construyeron un personaje dual, que si bien partió de la poesía y la historia de Matilde, se desdobla en una mujer joven, otra Matilde de una generación que ha bebido su poesía, este personaje dual que camina entre muchos mundos y muchos tiempos, mira hacia afuera -el contexto quizás histórico y contemporáneo en el que sucedió y sigue sucediendo la poesía de Matilde, que es luz- y también mira hacia adentro -en la propia interpelación, desgarrando la oscuridad en su historia personal, lo que representa Matilde y sus letras para las generaciones actuales- no hemos visto a Matilde Casazola interpretada en el escenario, hemos visto lo que provoca su historia en una nueva generación de mujeres que siguen tejiendo nuevas rutas desde los textos ya andados.
Sabemos que cuando hablamos del Teatro de Los Andes, hablamos de un teatro en el que las imágenes son parte importante de la narración y del discurso escénico, a veces una narración en subtexto que acompaña a contrapunto lo dicho en palabras, generando esas escenas visualmente poéticas muy propias de su estilo teatral, aquí la escenografía es siempre parte importante de la narrativa visual que muchas veces termina convirtiéndose en un personaje más dentro de la obra que en este caso se fundieron con el lenguaje contemporáneo del videomapping como un portal hacia otras dimensiones. Los tres mundos de la cosmovisión andina por los que transita Mati partiendo del Kay Pacha emborrachada de poesía, subiendo a veces al Hanan Pacha donde están los músicos jugando a ser dioses y bajando hasta el Uku Pacha en la lucha con sus contradicciones; la escenografía, bien lograda, se ha convertido en un laberinto que permite a este personaje andar por su propia oscuridad.
Lejos de ser un homenaje, la puesta en escena de la ópera “Matilde, en las ojeras de la noche” es una transgresión, un diálogo intergeneracional y un hito que separa a la poeta de su poesía, que convierte esa poesía en bencina para nuevas provocaciones y nuevos discursos.
Los caminos de la poeta ya no le pertenecen solo a ella, están en los fueguitos que encendemos y apagamos cuando amamos, en los luceros que llevamos como medallas en el pecho cada vez que se escucha un aire de bailecito o huayño, en las reinterpretaciones de su historia amplificada en muchas historias de mujeres bolivianas que bailan cumbia, escuchan rock y música punk; y en todos nuestros regresos migrantes siempre hechos cueca, sus caminos están ahora multiplicados a muchas voces, en esa diversidad que permite la muchedumbre.
Dos párrafos sobre una obra
Claudia Daza (Revista Rascacielos)
Sabíamos que Cergio Prudencio iba a actuar, pero no sabíamos que iba a ser ese Dios a quien se le pregunta por la cantidad de azúcar en su taza de té. Un momento intenso porque era como si las mismas autoras, desde su actitud punk, le interrogaran sobre cómo hacer correctamente una ópera. Una mujer por la tangente, una mujer desde la desobediencia, un hombre en el centro, dirigiendo. Eso fue intenso, toda una imagen para el arte actual.
Lo desafiante para los amantes de Matilde es que tuvimos que descentralizar nuestros consumos culturales. Cergio me interpeló un día diciendo: si puedes viajar a Chile para escuchar a Paul McCartney porqué no te animas a irte a Sucre para escuchar este homenaje. Evidentemente, como si fuera un brujo, yo hice lo imposible para asistir a n concierto del bajista de los Beatles. Tocaba hacer lo propio, hacer el esfuerzo, subirme a un avión y venir a disfrutar de esta ópera a la capital. Porque quizás no vuelva a suceder, porque no hay un apoyo contundente ni de la empresa privada ni del Estado para estas cosas. Sería tan hermoso una gira nacional, para disfrutar de esa voz, de la muchedumbre, de los músicos, de semejante composición.
Una experiencia
Alba María Paz Soldán (Ensayista)
Fue una experiencia sensorial maravillosa, a medida que la música nos envolvía, se proyectaban como fondo unas imágenes que te metían a la música, algunas como remolino, sentías que te absorbían, unos cinco ojos que se sobreponían e interpelaban tu mirada y toda tu subjetividad, había caída de hojas de otoño y nieve, también imágenes en sombras de Matilde y otros personajes. Mientras la música te llevaba y traía en un ritmo en el que creí poder seguir el ritmo de los poemas de Matilde y la voz te hablaba y susurraba como las voces de la calle.
Un regalo
Marianna Calisaya (Periodista cultural)
El Festival Internacional Música para Respirar fue, sin duda, un regalo para Sucre. La presencia y el trabajo de tan renombrados músicos y artistas dieron un giro a la cotidianeidad chuquisaqueña.
Respecto a “Matilde, en las ojeras de la noche”, a la primera me hizo reflexionar sobre cuánto me adentré en la poesía de Matilde Casazola y, aunque su música también lo es, salió a flote mi ingratitud con sus letras. Como obra contemporánea, nueva, llegó “desde lejos” de lo estrictamente convencional para remover la percepción colectiva de la ópera como género.
En general, este festival fue una muestra de que cuando hay un compromiso real desde las diversas ramas de la sociedad y se entiende que la cultura es transversal a todas, se pueden hacer grandes cosas.
Yo fui testigo
Diego Massi (Actor, gestor cultural y dramaturgo)
Un par de meses planeando el desembarque en La Culta. Amigos, conocidos y desconocidos nos preguntábamos mutuamente si asistiríamos al estreno de "La Ópera", todos respirando la misma expectativa.
Compra de entradas "On Line", reserva de pasajes... y allí estábamos, en esa ciudad qué siempre promete.
Bares repletos, comida exquisita, música por todos los rincones, un sin fin de actividades rebalsando de las fuentes en los patios virreinales.
Llegó la noche y vestimos las mejores galas, que brillaban tanto como nuestras ansias. Llegamos a tiempo gracias al retraso de las entradas por "qr" y un lector dañado.
Por fin nos sentamos en la segunda fila, sobre el ala derecha de las butacas.
Tercer timbre, se hizo el silencio, se apagaron las luces de sala y se encendieron las del escenario, una corta pausa e ingresaron los artistas. Todo empezó.
Música contemporánea, trato de comprender, me pierdo, no dejo de ver al director, su precisión, vuelvo al texto, me conmueve la limpieza escénica, las preciosas voces, de la cantante y de la poeta.
Final / desconcierto, emoción, sube la Matilde, aplausos de pie, ella merece eso y mucho más.
No se qué pensar, digo cosas que luego desdigo, quizás me gusta, quizás no, quizás mañana sea diferente.
Muchas opiniones, muchas historias, no importa. Un antes y un después, una experiencia inolvidable, mi alma está repleta, conforme, sé que fue un momento único en la ciudad "Central", la de paredes blanquecinas y tejas color naranja. Yo fui testigo.
Una ópera para Matilde
Jhonny Peñaranda
En un país donde la escenificación de este género musical en nuestros teatros es aún muy infrecuente, pues según conocedores e investigadores sobre el tema hasta el presente en la historia de la música boliviana se registraron solo cinco óperas que van en largos intervalos sucedidos o separados unos de otros en el tiempo.
"Matilde: en las ojeras de la noche", se convierte así en un inédito acontecimiento cultural particularmente para los chuquisaqueños, quienes asistimos a ella, llegamos profanos en la materia sin mayores referencias ni parámetros que los meramente informativos que se encargaban de hacer saber desde el equipo productivo de la obra y los medios de comunicación.
Así con los precarios rudimentos del conocimiento técnico y características sobre este género, quienes realmente disfrutamos de este impecable montaje orquestal, armonizada por una acción escénica y una expresión de canto monologada en un nivel altamente profesional y sofisticado expresada en la talentosa y portentosa voz de la mezzosoprano Paola Alcócer que invadía y se imponía potentemente en la atmósfera de nuestro teatro.
El estar poco o nada familiarizados con este tipo de teatro musical y la incidencia de una acústica probablemente no óptima impide escuchar correctamente la exposición cantada que seguramente nos narra desde su libreto o guion. Es seguramente necesario estar previamente imbuidos y empapados del contexto de la narración, de ahí entendemos que es importante para similares presentaciones se facilite una breve reseña distribuida en forma de tríptico o folleto.
Nada quita que esta fue una inmejorable ocasión para homenajear en vida a nuestra notable poeta y cantante chuquisaqueña que gracias a muchos esfuerzos particulares e institucionales le devuelven la mirada condescendiente a quien durante mucho tiempo estuvo invisibilizada por la academia literaria.
Seguramente una puesta en escena de esta naturaleza requiere de un mecanismo de relojería para alcanzar el punto máximo de su perfección. No dudamos de las innumerables carencias que seguramente tuvo que sortear la producción de la obra a la hora de superar inconvenientes y limitaciones técnicas de un teatro que normalmente no esta habituado ni preparado para montajes de esta naturaleza, pero que al final no fueron impedimentos insuperables teniendo a una pareja de artistas altamente solventes y profesionales como son Gonzalo Callejas y Alice Guimaràes, quienes dejaron nada al azar ni a la improvisación.
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