Dos apuntes sobre una ópera de cámara

De esa mujer irreductible y sin par –de quien aprendí la libertad de espíritu y el amor a los viajes– nos habla “Matilde: en las ojeras de la noche”. Créanme, yo la he reconocido.

Matilde Casazola Matilde Casazola

Gabriel Chávez Casazola
Puño y Letra / 09/10/2023 15:06

Hay dos aspectos que quisiera comentar a propósito de la ópera de cámara “Matilde: en las ojeras de la noche”. El primero de ellos, en relación a la poesía; el segundo, desde mi experiencia como familiar cercano de Matilde Casazola.

Coincidiendo con Cecilia Campos, quien ha afirmado que esta ópera no es un homenaje sino una provocación, creo que precisamente las coautoras del libreto han sido capaces de provocarnos a ir más allá de los abordajes habituales a la producción de Matilde -sobre todo enfocados en una parte de su repertorio de composiciones musicales-, al proponernos un arriesgado ángulo de visión a su obra poética. 

De hecho, todo el libreto es un tejido de versos de Matilde, sobre todo escarmenados de sus libros de juventud y primera madurez, que Magela Baudoin, Paola Senseve, Alba Balderrama, Ros Amils, Denisse Arancibia y Adriana Lea Plaza han sabido enhebrar en torno a su propia problematización de la vida, la escritura y sus posibles sentidos (o falta de sentido). 

El resultado es una lectura fresca y completamente contemporánea de poemas escritos hace medio siglo o más, cuya vitalidad y actualidad son evidentes; algo que los buenos lectores de Casazola y varios poetas jóvenes que -me consta- la leen, ya conocían, cada quien con su propio acercamiento a tan vasta producción, como las coautoras de “En las ojeras…” eligieron el suyo.

Ambos rasgos: la vitalidad y la actualidad de textos ya distantes en el tiempo, son propios de los clásicos; mal que les pese a algunos pretenciosos críticos y poetas que desdeñaron o aún desdeñan la poesía de Matilde, en nombre de ese viejo prejuicio hacia los cantautores que no los acredita como poetas y hacia los poetas que gozan de popularidad pública.

Tan es así que, pese a que la obra de la chuquisaqueña, contenida en una veintena de libros publicados y varios inéditos, tiene más lectores que el promedio de la poesía en general y una influencia creciente entre las nuevas generaciones de poetas (pienso en Melissa Sauma, Valeria Sandi o Marcia Mendieta), la academia en Bolivia casi no se ha interesado en analizar y realzar su escritura.  

Es verdad que, precisamente por ser tan amplia y caudalosa, en particular en el caso de sus libros de la serie biográfica, la poesía de Casazola requiere ser seleccionada y antologada, como proponía Jorge Suárez.  Pero no es menos verdadero que por la trascendencia de muchos de sus poemas y por el peso específico de su intenso y singular universo poético, que le aseguran un lugar en el canon, Matilde merece ser leída y estudiada con la mayor profundidad posible, evitando por un lado el prejuicio y, por el otro, la mitificación. 

Precisamente esta última palabra abre mi segunda reflexión, muy personal. Varios amigos y amigas de Sucre, después de haber asistido a la ópera, se preguntaban genuinamente qué tenían que ver su personaje y el libreto con la Matilde Casazola que ellos conocían: una señora muy respetable, a la que ceden la acera y que ha recibido todos los homenajes posibles, hasta convertirse en un símbolo de su ciudad natal.

La Matilde que yo conocí en mi infancia y en mi adolescencia, cuando fue escrita la mayor parte de su obra publicada, estaba bastante más cerca de la protagonista de “En las ojeras de la noche” de lo que muchos pensarían: rebelde, inconformista, auténtica y, sobre todo, libre. 

Así era (y sospecho que así sigue siendo en su esencia) Matilde Casazola, la que usaba una frazada cortada como poncho; la que se fue a recorrer mundo con un titiritero divorciado al que expulsaron de Bolivia por sospechar que era un enlace guerrillero; la candidata a diputada que escribió las canciones del PS-1 de Quiroga Santa Cruz; la perseguida por la dictadura de García Meza; la poeta que despreciaban algunos otros poetas de moda en los 80 y 90, hoy insignificantes; la cantautora boliviana que nadie entendía porque su propuesta musical era demasiado académica para los folkloristas y demasiado folklorista para los académicos; la que atravesaba luces de bohemia y largos insomnios; la que buscaba a Dios entre la niebla de los cigarrillos que terminaron por enfermarla y recluirla en Sucre, donde, finalmente, eligió seguir con vida, componiendo, pintando y escribiendo.

De esa mujer irreductible y sin par –de quien aprendí la libertad de espíritu y el amor a los viajes– nos habla “Matilde: en las ojeras de la noche”. Créanme, yo la he reconocido.

Una hermosa experiencia

Matilde Casazola

Fue una hermosa experiencia para los amantes de la música en nuestra ciudad, el Festival que presentó la SOCIEDAD BOLIVIANA DE MÚSICA DE CÁMARA, denominado “Música para respirar”.

Desde el 25 de agosto, que se abrió con un concierto en La Casa de la Libertad, estos artistas nos brindaron una cadena de emociones musicales, combinando épocas, sonoridades, atmósferas diversas, empleando como telón de fondo, lugares emblemáticos de la ciudad. El ciclo de conciertos se cerró con la ópera de cámara MATILDE: EN LAS OJERAS DE LA NOCHE, estrenada el 1 y el 2 de septiembre, obra inspirada en la filosofía de vida que brota de mi poesía: fragmentos que descifra una escritora rebelde, joven, personaje único de la obra. Versión original, descarnada. Música impactante, inspiración del Maestro Cergio Prudencio, dirigiendo la orquesta integrada por siete músicos, entre los cuales destaca como un segundo personaje tácito de la obra, la guitarra, ejecutada por Élodie Bouny (en primer plano, iluminada por un luz blanca como la túnica que la reviste); actuación y canto de la mezzosoprano Paola Alcócer; puesta en escena y escenografía del Teatro de Los Andes, y mapping lleno de sugerencias; argumento entrelazando visiones poéticas de seis escritoras. En fin, un aporte dentro del género operístico raras veces transitados por artistas nuestros.

Varios de los músicos que integran esta orquesta tienen raíces bolivianas, como la cantante Paola Alcócer: cochabambina, la guitarrista Élodie Bouny, de madre orureña, la clarinetista y directora ejecutiva de la Orquesta, Camila Barrientos: cochabambina, las dos hermanas Machicado (contrabajo y batería), nacidas en Sucre.

Entonces, hay un lazo entrañable que une a estos músicos con nuestro país.

Para mí es muy grato saber que mi arte ha inspirado esa ópera y ha conducido a este magnífico grupo hasta Sucre para estrenarla. Seguramente, en un futuro próximo, podrán ellos presentarla en otras ciudades y países. MI abrazo desde acá para la SOCIEDAD BOLIVIANA DE MÚSICA DE CÁMARA.

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