Los horizontes narrativos en Ciudad Apacheta

En esta nueva colaboración con la Carrera de Literatura de la UMSA, María Ángela Huanca analiza el segundo libro de Luis Raimundo Quispe Flores.

Los horizontes narrativos en  Ciudad Apacheta Los horizontes narrativos en Ciudad Apacheta

María Ángela Huanca
Puño y Letra / 31/10/2023 02:33

Ciudad Apacheta (2023) es la segunda producción literaria que el escritor Luis Raimundo Quispe Flores publicó con la editorial alteña Sobra Selectas. Se trata de diez relatos de no ficción que abordan la construcción narrativa y la reflexión identitaria de la ciudad de El Alto, desde una mirada personal e introspectiva. Los relatos de Quispe Flores expanden los sentidos poéticos al igual que se expande el territorio de la ciudad donde habita y desde donde narra con un sentido de pertenencia, remitiéndose a su memoria individual que también llega a ser parte del colectivo. Aquel que se va componiendo y recomponiendo con el paso de los años. 

El Alto: aquel espacio poético, la frontera indómita 

“Marginalidad, pobreza, trabajo, fuerza, rebeldía, lucha, crimen, esperanza, indígenas, ficción, emprendimiento y salvajismo” son algunas de las palabras con las que se refieren a esta ciudad, señala el narrador en el primer relato del libro. ¿Qué es realmente El Alto?, sería la pregunta que el autor intenta responder a través del texto, no solo como alteño, sino como escritor. Es que realmente es una pregunta compleja y se vuelve más compleja si se suma ¿qué es ser alteño/ña?; ¿qué es la alteñitud?

Para ir despejando o nutriendo de sentidos algunas respuestas, se puede señalar que El Alto es un espacio poético en construcción. En términos de Graciela Montes (1999), una “frontera indómita”, una zona donde las subjetividades y objetividades están en construcción. Donde, a partir de las experiencias, surge el quehacer creativo en el territorio donde se habita. Pero, en el caso de la ciudad de El Alto, esta frontera se extiende a medida que los mismos habitantes de la urbe se expanden por los límites y las fronteras de la urbe alteña. 

Regresar y rehabitar las alturas son procesos sobresalientes porque marcan el cambio y el posicionamiento de los entonces jóvenes que salían y posteriormente regresarían a la ciudad. No es indiferente la primera variación o búsqueda de una identidad a partir de la influencia de los medios y otras manifestaciones culturales. El mismo narrador de Ciudad Apacheta se reconoce como parte de un grupo que pretendía salir, abandonar El Alto para ¿progresar? “En cuanto a mí, podría decirse que pertenecía al segundo grupo que mencioné, es decir, a los que tenían su mente y sus sueños no en lo exterior cercano, sino en lo exterior lejano, aquellos muchachos llamados ‘corchos’ que, detrás de una fachada de buen comportamiento, esconden la negación de su precaria realidad”. 

La experiencia del desplazamiento territorial, de salir a trabajar o estudiar, regresar simplemente a dormir, constituye, en los relatos de Quispe Flores, la frontera alteña indómita. La misma que tiene diferentes huellas, algunas se sobreponen, otras se transforman y también se acoplan, a medida que el narrador contrasta el cambio temporal de lo que ha significado y significa habitar dicho territorio. “A partir de entonces ya no lo vi más como el lugar del vacío-derrota, sino como el vacío refugio y oportunidad”. 

“El Alto, de todas formas, es más que la Guerra del Gas”

A veinte años de la Guerra del Gas, este libro de Quispe Flores sostiene una idea contundente: “El Alto, de todas formas, es más que la Guerra del Gas”. Ver y (re) leer a la ciudad más joven del país supone desmitificar sus imaginarios y comprender porqué es una ciudad apacheta

Quispe Flores se acerca a la construcción de la “alteñidad” y que esta no se enmarque simplemente en un discurso politiquero que incluso puede ser romantizado. ¿Qué es pues esa alteñidad, el ser alteño o alteña? Puede ser el hecho de habitar ese espacio que antes era vacío, la pampa en los límites de la Hoyada, el territorio que limita con el municipio de Achocalla. El ser alteño o alteña es ser caminante de un espacio a otro, entre subidas y bajadas. “No somos pues un Olimpo ni una Acrópolis, somos el lugar y escenario de los cambios propiciados por el trabajo y no por el discurso”. 

La lucha o más bien las luchas de la ciudad se entrelazan en la construcción y el surgimiento de la arquitectura, la renovación de los discursos que someten a un imaginario disfrazado de precariedad. El Alto, desde la mirada y los relatos de Quispe Flores, se construye a medida en que se reafirma como espacio poético, político, festivo, a través de las manifestaciones culturales que constituyen el eje de transformación constante. 

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