La problemática de Kentukis de Samanta Schweblin
Otra aproximación a la obra de Samantha Schweblin. Escribe Juan Pablo Sanjinés de la Carrera de Literatura de la UMSA
Ser kentuki o tener uno. Estas dos opciones, así de frías y directas, al igual que los manuales de usuario, son las presentadas por la escritora argentina Samantha Schweblin en su novela del 2018 titulada Kentukis. Al ser comprados, estos muñecos tecnológicos (con cámaras incrustadas en ellos) comprometen a dos usuarios: por un lado, el usuario uno que mira desde el kentuki y por el otro, el usuario dos que se deja ver a través del muñeco. El protocolo de estos muñecos no deja paso a intermedios. En un primer momento parece evidente que el usuario dos, dueño del kentuki, es el amo absoluto, pues tiene el control físico del muñeco. Sin embargo, al pasar de la novela, las relaciones entre el “ser kentuki” y el “amo del kentuki” se fragmentan, se nublan. Al igual que toda relación humana, ambos pueden cambiar el rol: “ser” “amo”: “amo” “ser”.
Durante toda la novela persiste un registro frío, poco escondido y muy inflexible. Se trata del registro de un manual de usuario. Tanto la caja del muñeco como el manual, o las indicaciones de los propios usuarios son los que tratan de marcar esta separación entre ser muñeco y tener uno. La misma política y funcionamiento de estos seres nos da a entender que existe esta separación: un peluche con limitaciones, al que se le acaba la batería; el “ser” no sabe ni siquiera qué tipo de kentuki es (pues hay variedad de modelos) hasta que tenga la disposición de un espejo, o si el amo quiere decírselo. La caracterización del ser kentuki es tanto tecnológica como existencial. Sin embargo, el proceso de ser muñeco y las historias que nos presenta Samanta Schweblin nos demuestran otra cosa. No lo contrario, pues en ese caso los kentukis serían amos y nada más. Como en toda relación humana, cada quien, con sus respectivas limitaciones, planea su siguiente movimiento: tanto kentuki como amo pueden dominar el juego, dependiendo a como vayan a jugar sus cartas.
Esto lo vemos muy claro con Grigor, uno de los personajes que, gracias a su llamado “Plan B” permite a los futuros seres elegir a su amo. Esta paradoja es interesante: por regla general, el amo elige a su kentuki, el tipo de animal que quiera, incluso su color. Grigor (que en verdad podría ser cualquiera, con tal de tener la misma idea) entonces da un giro a la elección, con un monto de dinero más elevado los usuarios que controlan al muñeco son los que pueden elegir a su amo, el tipo de persona que quiera, raza, clase social, etc. Lo único que se necesita es más plata. El poder aquí es económico, y bien lo explica el texto: algún momento este mecanismo producido por Grigor terminará siendo un mecanismo creado por un sistema, una empresa.
También existe el chantaje. El kentuki es el que mira, lo que da cierta ventaja en este juego. El inicio del primer relato nos da a entender que tres chicas de preparatoria tienen el control total del muñeco ajeno, del otro usuario. Se encuentran muy confiadas de este usuario desconocido, tanto así que vuelven al kentuki no solo cómplice sino criminal directo de la extorsión de una de sus compañeras. El muñeco, sin embargo, para su infortunio, responde con un duro: “LAPLATA MELAVANADARUSTEDES”, traicionando a sus compañeras del crimen. El peluche ya no tiene limitaciones sino ventajas: ser pequeño podrá parecer una limitación para el manual de usuario, para el registro frío, para el protocolo, sin embargo, el ser pequeño, escurridizo, dotado de una cámara puede ser una ventaja muy grande respecto al “poder” humano del “amo”. Pero, ¿cuál es la diferencia?, ¿qué diferencia tiene esta extorsión tecnológica de la de cualquier ser humano que, con sus propias manos, propiciaría de igual forma este hecho? El chantaje es una característica humana.
Finalmente, se presenta el afecto. Cheng Shi-xu se encuentra perdidamente enamorado de otro kentuki. ¿Qué pasa con su muñeco original? Será bloqueado y eliminado de su usuaria y posteriormente remplazado. Se trata del kentuki de Alina, que reemplazará a Sven. Alina controla las acciones de Cheng y, como si este último fuera el muñeco, obedece a sus reglas. Así es como logra deshacerse de su rival. Ella es ahora el “amo”, gracias al afecto que Cheng siente por el peluche. Kentukis nos plantea esta pregunta: ¿somos verdaderamente amos de la tecnología?