Una ciudad de provincia: Maquetas
El gran leedor, o sea Ricardo Piglia, en el prólogo de su libro El último lector, nos lleva a zancadas de saltamontes y en solitario por entre una maqueta de la ciudad de Buenos Aires que un fotógrafo “loco”, llamado Russell
El gran leedor, o sea Ricardo Piglia, en el prólogo de su libro El último lector, nos lleva a zancadas de saltamontes y en solitario por entre una maqueta de la ciudad de Buenos Aires que un fotógrafo “loco”, llamado Russell, ha construido laboriosamente en el altillo de su casa del barrio de Flores. Piglia ve en esta réplica la ciudad que va cambiando, creciendo porque es una maqueta que Russell la va modificando todo el tiempo y en esa acción, él cree, que la ciudad también se va modificando. Y parece ser cierto. La maqueta como toda ciudad “tenía un centro pero no tenía fin”.
Esta visita de Piglia a la ciudad de Buenos Aires en una tarde de primavera, con la luz suave y las magnolias floreciendo le revela que quién se acerca a su propia ciudad a través de un artefacto como éste, la maqueta, una “máquina sinóptica”, es siempre un lector. Parado frente a esa ciudad en miniatura Piglia reproduce el acto de leer, en la contemplación se percata de que algunas zonas de la ciudad han desaparecido, de que alguien olvidó anotar que una pequeña isla en un río ya no existe. Mirando su ciudad bajo la claridad que entra por la ventana y cae tranquila sobre la maqueta, Piglia lee en este texto que hay cosas que su ciudad ha perdido o se irá a perder irremediablemente con el tiempo. La ciudad real, las plazas, los edificios y avenidas son solo un espejismo.
En la serie de Martín Scorsese “Supongamos que Nueva York es una ciudad” (2021), que filma junto a la escritora y comediante neoyorquina Fran Lebowitz, esta idea de que la ciudad real es un espejismo cobra forma y volumen cuando, en un episodio, se lanzan a filmar la “maqueta más grande del mundo” titulada “Panorama de la ciudad de Nueva York” que representa a la gran metrópoli con sus cinco distritos (Brooklyn, Queens, Bronx, Manhattan, Staten Island), ríos, islas, el mastodóntico Central Park y los icónicos rascacielos. La pieza está emplazada en el “Museo de Arte de Queens” y mide unos 50 metros de largo por 42 de ancho. En la escena de la serie donde aparece esta maravilla construida para la Feria Mundial del 64, vemos a Lebowitz rompiendo la ley del museo cuando camina por entre la maqueta sobre unos sederos pintados de azul oscuro que encarnan el Hudson River. El corazón se comprime inexplicablemente cuando la cámara hace un paneo, aparentemente casual, por las torres de World Trade Center que miden 40 centímetros. Un paneo como uno o dos aviones que planean sobre ellas. Ahí está la ciudad exhibiendo su corazón, señalando lo que se ha perdido.
Las réplicas y representaciones de las ciudades en estas maquetas tratan, como dice Piglia, “sobre la presencia de lo que se ha perdido”, “sobre el modo de hacer visible lo invisible”. Yo soy de una ciudad pequeña, sin maquetas de ella, sin pruebas de lo que se ha perdido como sus calles empedradas, los campos de maíz creciendo a ambos lados de un río con aguas caudalosas, las casonas con amplios y luminosos patios interiores oliendo a chicha, sus avenidas con semáforos que se equivocan y a veces, incluso, se apagan, sus aceras que se levantan peligrosamente como ramplas de concreto por la fuerza de las raíces de los árboles, de las plazuelas pequeñas en cada barrio. Una ciudad que hace la siesta, que se inunda cuando llueve, que huele a pan recién horneado y que parece que se ha entregado al caos voluntariamente ostentando marañas imposibles de cables en los postes de luz. Una ciudad que crece pero dónde todo queda a la vuelta de la esquina, cerca, que se expande en las colinas y cerros y cuyos confines ningún don Russell o museo, que se sepa, está construyendo detrás de una lupa.
Pretendemos ser una ciudad, pero no tenemos nuestra propia maqueta, nuestro modelo a escala frente al cual pararnos y sentir eso que los ciudadanos de las grandes urbes sienten, que la ciudad está siempre lejos.