Para Javier, desde México
A finales de los años 70s, en la única carrera de psicología que existía entonces en la Universidad Católica Boliviana (UCB) de La Paz, el joven y flamante psicólogo JAVIER MENDOZA
A finales de los años 70s, en la única carrera de psicología que existía entonces en la Universidad Católica Boliviana (UCB) de La Paz, el joven y flamante psicólogo JAVIER MENDOZA y los que tuvimos el privilegio de ser sus alumnos, debatíamos el desarrollo de ininteligibles complejidades teóricas, siempre fascinadas por préstamos conceptuales provenientes de una mirada autocolonizante que llegaba del centro del poder de la cultura.
Nuestras discusiones se vieron interrumpidas por uno de los golpes de Estado más oprobiosos de nuestra historia, la feroz dictadura militar que azotó Bolivia y toda América del Sur, concretando su intromisión con el cierre de todas las universidades del país, coartando el pensamiento, las esperanzas y los ideales emancipadores de estudiantes y catedráticos que terminamos disgregándonos. No fue fácil separarnos sin despedirnos, algunos se refugiaron en Pampajasi, otros simplemente desaparecieron de la escena; muy pocos optamos por el autoexilio, en mi caso a México.
Veinte años más tarde, en los albores del siglo XXI, tuve la fortuna de ser invitada al “Encuentro Boliviano de Psicología” en Sucre, mi hermosa y siempre amada tierra natal, donde escuché cautivada la conferencia magistral de mi maestro JAVIER MENDOZA, sobre el modelo comunitario que construyó junto con Pety, su compañera de vida. De ahí que hablar de Javier incluye imprescindiblemente a Pety
El re-encuentro con Javier y Pety, fue un referente para potencializar el trabajo comunitario que desarrollaba como psicóloga docente e investigadora en la Universidad Autónoma de Querétaro. Su modelo comunitario rompe con la visión hegemónica de la ciencia y sustenta su práctica en una convicción que proviene de la psicología, sociología, antropología, lingüística, historia y también del arte de fabricar adobes y de criar cerdos.
En 2006 tuve la oportunidad de invitarlos al III Seminario de Diálogos con la Psicología Latinoamericana, de ULAPSI y compartir momentos inolvidables en mi querida tierra azteca que me adoptó y adopté. Allí, Javier con esa maestría y sencillez que le caracterizaba, expuso junto con Pety, el principio básico que guio su trabajo, un humilde, espontáneo y sincero “dejar ser a los indios”, construyendo con ellos una institución de base que se caracteriza por la confianza como divisa y agrupa a tres organizaciones independientes con características y espacios propios: de niños, de adolescentes y de adultos con ancianos o Awichas. Donde todos y cada uno son importantes, tienen un lugar, un rol, una tarea. Y están agrupados en una red denominada Comunidad de Aymaras Urbanos de Pampajasi (CAUP), la cual tuve el privilegio de visitar, en una estancia de investigación que realice en 2007.
Su versión andina de psicología social comunitaria, trascendió las fronteras, muy pronto Javier y Pety fueron invitados a compartir su quehacer en otros países e instituciones de Latinoamérica, y convocados fundamentalmente a dejar plasmada su rica experiencia en libros y revistas internacionales, abriendo la puerta a un nuevo conocimiento y reflexión, clarificando que su meta no era la lucha armada, sino el despertar de la autoestima cultural y organizativa de sectores marginados y excluidos de la sociedad, dirigidos a superar su situación a través del cambio social, con la mentalidad aymara que postula que las cosas se hacen haciéndolas.
Aunque Javier ya no esté físicamente con nosotros, su espíritu vive en nuestra memoria y en las vidas que tocó. Siempre lo recordaremos con gratitud y admiración. Su legado como maestro creador, crítico, defensor e innovador, perdurará en las generaciones venideras. Descansa en paz, querido profesor, amigo y colega.
Homenaje de Manolo Calviño, Cuba
Manolo Calviño
Supe de él antes de conocerlo personalmente. Un hombre tan talentoso cuanto comprometido, tan ajeno a cualquier vanidad cuanto entregado a las luchas por la emancipación social, por la defensa de la identidad auténtica, la construida desde la tierra, desde los ancestros, desde la cosmogonía de lo propio. Compartimos ideas en un libro por el que supe de su inmenso trabajo con poblaciones desfavorecidas – trabajo comunitario de alto significado teórico y práctico, allá en Pampajasi, junto a su inseparable Petty (Zerda). Entendí que era un profesional orgánico que hacía de su ideario un deber inexcusable y de sus conocimientos académicos un instrumento de liberación. Colaborador participante, crítico y constructivo, con un don de diálogo que se debatía entre palabras y silencios. Siempre cuestionando, como vía de comprender y construir, de hacer por el mejoramiento de la sociedad, de las comunidades, de los bolivianos y bolivianas, de las y los latinoamericanos.
Una vida de aciertos y sin sabores, de sueños realizados y descartados. Pero siempre por el inconfundible camino de la justicia, junto a los más necesitados. Sin escatimar esfuerzos. El talento y la profesionalidad como arma. La solidaridad como estandarte. La integridad ética como escudo. Y como divisa, el compromiso.
La última vez que nos vimos fue en Sucre. Hace ya algunos años. Pensábamos que nuestro próximo encuentro podría ser en la Habana. Podría pensar que ya no nos vamos a encontrar. Pero no es así. A Javier Mendoza lo seguiré encontrando siempre, porque su obra, su ejemplo, su ser trascendente en las tierras latinoamericanos, será inmortalizado.
Hasta siempre, querido amigo, compañero.