Habitar la lectura

(Texto leído en la presentación del libro de homenaje a Luis H. Antezana, “HABITAR LA LECTURA” en Cochabamba.)

Habitar  la lectura

Habitar la lectura

Luis Huáscar Antezana Juárez

Luis Huáscar Antezana Juárez


    Gonzalo Lemas
    Puño y Letra / 27/05/2024 17:57

    Amigas, amigos todos:

    Jamás supuse que llegaría para mí este inolvidable momento, el de esta noche, cuando el año 1984 conocí a Luis Huáscar Antezana Juárez, aquí, en Cochabamba. Por ese lejano entonces él vivía en las alturas pedregosas de la calle Atahualpa. Abrió la puerta en persona, con amabilidad muy suya, me invitó a pasar y pronto aceptó, o me pidió, ya no recuerdo, que lo llamara Cachín; simplemente Cachín como lo hacían sus amigos. No sólo eso: una hora después, quizás algo menos, me despidió con su libro “Teorías de la lectura” de regalo, afectuosamente autografiado, además. Comprenderán mi emoción de estudiante de Derecho, de ilusionado escritor primerizo, de lector completamente en ciernes, ingenuo, y mi gratitud por su tácito, aunque contundente respaldo a mis pretensiones. Cachín, reconocido y comentado en todo círculo como estudioso inteligente, me había ofrecido su amistad o había aceptado la mía.

    Han pasado cuarenta años de esa visita, toda una vida. Ahora me hallo en la feliz circunstancia de presentar el libro “Habitar la lectura. Homenaje a Luis H. Antezana”, gracias a la valiosa iniciativa de Alfredo Ballerstaedt y Mauricio Souza, que todos acogimos con entusiasmo y alegría, y la valiosa cooperación, como siempre, de José Antonio Quiroga de la Editorial Plural. Homenajear a Antezana, nuestro gran lector de todo texto, es, a la vez, una grata y ardua tarea. Porque debe entenderse como “todo” texto el libro, el lienzo del pintor, la música y el canto, la oralidad, el gramado verde de las caligrafías del fútbol, el pizarrón de la política, casi mano y codo a la vez, y lo que se ve y lo que no se ve, más esos espacios vacíos entre líneas que permiten que un lector de su jerarquía complemente; la realidad real y la de ficción son textos por donde pasean signos, y hay que aprender a leerlos, porque, si entiendo bien, todo se lee. Javier Sanjinés, autor de un ensayo en este libro, indica que “Antezana fue quien nos introdujo al estudio de la sociedad como un complejo y múltiple sistema de signos, en cuyo interior se definen una serie de sistemas particulares”. Virginia Ayllón, autora también de otro ensayo, deduce que “la generosidad lectora atribuida a Antezana podría provenir de su convencimiento de que hay posible belleza por doquier y de ubicarla, disfrutarla y compartirla se trata”. Vicky se refuerza con Borges: “La belleza está acechándonos”. Óscar Rivero Rodas, siempre en este libro, constriñe apreciaciones indicando que “la lectura es el fenómeno central sobre el que enfocan las disquisiciones de Antezana”. Lo percibimos cierto. Forzando textos, contextos y significaciones, yo apelo al mismo autor que agasajamos que indica por ahí: “Precisamos incrustar en nuestros valores culturales un criterio nuevo de lectura”.

    Vicky Ayllón sostiene que “el sostenido trabajo de Luis Antezana ha producido una amplia literatura crítica que -como seguramente sucede con todo conjunto de este tipo de escritura- ha generado su propio canon”. Luis Claros, presente en este libro desde el ámbito de la filosofía, da un paso hacia adelante e indica que Antezana ha producido dos artefactos conceptuales: el NR -Nacionalismo Revolucionario- y la poética del saco de aparapita. Este apunte me parece precioso y de altísimo valor. Claros dice que “leemos el NR como ejemplo de funcionamiento de un aparato ideológico y a partir de allí procuramos entender los modos de producción y reproducción de un orden, así como sus límites. Leemos la poética del saco de aparapita como el lugar de condensaciones de una concepción de la pluralidad, la cual dialoga con los temas zavaletianos de la sociedad abigarrada y borgeanos del Aleph y El jardín de los senderos que se bifurcan. Explorar cómo en Antezana se presentan y circulan esas figuras nos condujo a un tipo de pluralismo que, planteamos, marca cómo Antezana entiende los textos, las literaturas, los fútbol, las historias, las culturas”. En las propias palabras de Luis Antezana se lee: “La sociedad abigarrada y El Aleph borgiano nos dan una imagen a la vez plural y unitaria de la Totalidad”.

    Permítanme una recreación breve en esta linealidad: a propósito de la poética del saco de aparapita, Claudio Cinti, italiano él, traductor de Felipe Delgado y varias obras de Cachín y grandes autores bolivianos, comenta en este libro que “la sugerencia del Cachín de no intentar encontrar equivalentes italianos para las palabras ‘aparapita’ y ‘ófrico’, palabras bolivianas cien por cien, me devolvió a mi idioma. ‘Usa las mismas’, le habría dicho. Me regaló palabras que enmudecían mis palabras. Regaló a mi idioma no un término ajeno, sino una palabra nueva” -dos, en realidad-. El italiano pareció pronto enriquecerse. “Y, pulverizando la medusa, me ayudó a mejorar en mi oficio de traductor”. Claudio Cinti indica que “él y Artú Bentigote le deben mucho a Cachín”.

    Retomando “Habitar la lectura”, Vicky Ayllón pregunta: “¿Qué textos de Luis H. Antezana son los más leídos, consultados, citados, comparados, debatidos, rebatidos? Podría ser una pregunta de investigación”, dice. Tengo la impresión que todos sus textos son consultados. Es difícil que no sea así. Hasta ahora no hallé un texto que rebata los trabajos de Antezana y pienso que esto se debe a todo cuanto apunta Mauricio Souza en este libro y en el certero prólogo a “Ensayos escogidos”. Dice él: “Las lecturas de Antezana acompañan sus textos, pero también a nosotros, los lectores. Es decir, no quieren perdernos en el camino: no solo se nos señala, como en un buen mapa, las conjunciones y disyunciones que ‘hacen’ a ese camino, sino que se nos indican las sendas que, tal vez, en otro momento, podríamos tomar”. Souza también afirma: “Yo veo a Cachín como una gran máquina de articulación general: discursos literarios, discursos filosóficos, discursos futboleros, discursos políticos, etcétera”. En ningún momento, afirmo yo, hasta donde conozco su trabajo, encuentro ánimo confrontacionista. Esto se debe a algo que también destaca Souza: “Sus ensayos no pretenden armar lecturas devotas: son, sencillamente, justos y equilibrados”. Yo, lector, estoy de acuerdo en todo. Mauricio Souza, en este su texto celebratorio, subraya lo siguiente: “Escritos a lo largo de casi medio siglo, los ensayos de Luis H. Antezana dejan entrever el diseño de una práctica, de una ética de la crítica, una de las más lúcidas e influyentes de nuestra historia”. Absolutamente de acuerdo.

    Retomando el tema de los artefactos conceptuales, o “caminando por ahí cerca”, valorando, además, la agudeza lectora de nuestro homenajeado ante cualquier texto, Luis H. Antezana tiene un valiosísimo trabajo para la ciencia política, titulado con pertinencia “La diversidad social en Zavaleta Mercado”. Fernando Mayorga, presente entre nos, tiene un ensayo, en este libro que ahora presentamos, que nos comenta sobre el esfuerzo desplegado por Luis H. Antezana para escribir su estudio, testimonios breves del autor, y sobre el contenido del mismo que sigue el derrotero zavaletiano. El trabajo de Luis H. Antezana es indispensable para iniciarse en la lectura de René Zavaleta Mercado, a tal punto que bien podría anteceder sus obras completas. Lo allana desmontando conceptualizaciones al borde mismo de la poesía más autónoma que podamos imaginar; lo ordena en su vasto cielo constelado de estrellas (ensayos, artículos, entrevistas); lo divulga como suele hacerlo todo: en textos de literatura, de fútbol, de arte, o en sus muy particulares charlas de aula y de café.  Zavaleta Mercado se beneficia con la obra de su lector. Luis Claros también hace referencia a todo esto.

    Alfredo Ballerstaedt dice, en su cálido e inteligente exergo, que los quince textos que hacen al libro golpean, sacuden, dan vueltas en compañía. Más aún: analizan, discuten, conversan con la rica obra de Luis Huáscar Antezana. Es cierto, todo eso hacen. Pero también recuerdan, porque algunos de estos autores crecieron con él y otros crecimos a propósito de él. En el primer caso, verdadera sorpresa para mí, el historiador y cuentista Antonio Mitre, en su crónica bien titulada “Cachín y la generación de Tupuraya”, esto es Muyurina, sorprende relatando las obras de teatro en las que actuaron en su juventud, junto a talentosos compañeros, e incluso cuenta en detalle sobre la obra que Cachín dirigió y obtuvo un segundo lugar en el festival de teatro. Además de esto, parece que previamente, antes de probarse en tablas, en un viaje a Oruro de simple paseo, a Cachín se le ocurrió “que podíamos practicar oratoria para ocupar nuestro tiempo”, dice Antonio. Continúa: “Entonces, cada cual escogía un tema y lo exponía a un auditorio no existente cuya atención había que ganarse con la fuerza de la imaginación y los resortes de la palabra”. Por ese mismo tiempo ha debido ser que Cachín también dirigió “Poemario”, de Eduardo Mitre. Fue su primer multimedia, comenta Antonio, bromista. Los siguientes multimedia son sobre Jaime Saenz, Gladys Moreno y Adela Zamudio en colaboración con Marcelo Paz Soldán.

    El proyecto del libro homenaje a Cachín provocó nostalgia y propició que Eduardo Mitre le confeccionara un poema imbuido de amistad: “Llamo a su puerta y, a poco,/ siento sus pasos en el zaguán,/ ya sus manos retiran el cerrojo,/ ya se abren los brazos de par en par…”. Es un libro de encuentro y reencuentro, para muchos de sus autores, con el amigo Cachín Antezana. Es un tema de amistad lo que motivó, desde un principio, que el libro se hiciera, por encima del alto valor de su obra. Revisado este libro de principio a fin, lógicos matices de por medio, los quince autores se vinculan con la obra del agasajado por ese afecto. No sólo los textos hablan entre sí, sino que hablan los autores con él. Esta característica de amistad atribuida a Cachín le es reconocida siempre. Cachín es “amiguero”, se dice, y querido por quienes ya lo conocen o están en proceso de conocerlo. Esto ha dado lugar a que alguna gente, ajena a su rigor intelectual, opine que se ha dedicado con especial celo a sus compañeros de generación descuidando a otros, en especial a otras. Sin embargo, se advierte la exigencia de calidad que opera en la selección de los autores que estudió y, hay que decirlo, consagró. Todos esos autores son de gran significación. Al mismo tiempo, también hay que decirlo con firmeza y ánimo recordatorio, hay implícito en su discurso una reiterada invitación, provocación, sano desafío a los estudiosos para que “descubran” autores, temas, logros o hipótesis y los trabajen para beneficio de la comunidad plural de lectores. Debemos recordar a John Locke en su precioso “Ensayo sobre el entendimiento humano”, que dice: “Todo hombre tiene una tan inviolable libertad de hacer que las palabras signifiquen las ideas que mejor le parezcan, que nadie tiene el poder de lograr que otros tengan en sus mentes las mismas ideas que las que él tiene, cuando usan las mismas palabras que él usa”. Los estudiosos deben hacer su trabajo inspirados en la obra de Antezana o, si así lo creen, al margen de. No pensamos lo mismo, no vemos lo mismo, tampoco sentimos igual, aunque afinidades y sintonías tenemos. Esta es la realidad de la diversidad social que nuestra sociedad alberga. Gadamer señala: “No cabe duda de que el ver es siempre una lectura articulada de lo que hay, que de hecho no ve muchas de las cosas que hay, de manera que estas acaban no estando ahí para la visión; pero, además, y guiado por sus propias anticipaciones, el ver ‘pone’ lo que no está ahí”.  Todo esto es bellísimo y muy útil para vivir la vida. Cachín nos dice: “El texto es fundamentalmente indeterminado, mientras que la obra es la determinación que produce el lector en su lectura; el texto posee un campo de indeterminaciones que necesitan ser resueltas por el lector -imprecisiones, ambigüedades, incógnitas, en fin, ‘vacíos textuales’. Entonces, el lector trabaja fundamentalmente con los ‘vacíos’ del texto, con sus olvidos, sus omisiones, con todo aquello que el texto calla”.

    Este libro, “Habitar la lectura”, tiene la virtud de su panorama amplio y casi podemos afirmar, al cabo de su interesante lectura, que se comprende mejor la globalidad del pensamiento de Cachín. Quiero decir que su diverso trabajo está aquí, aunque falta el ensayo sobre sus textos de pintura, fútbol y sabrosos comentarios de la novela policial. Seguramente se lo terminará de cerrar en una siguiente edición. Es un libro valioso, me ha dejado un plácido sabor en el cuerpo, mezcla de café y cigarro, como todos los lunes; un buen sentimiento híbrido. No lo sé: algo parecido a la generosidad recibida y al agradecimiento dado.

    Cochabamba, 16 de mayo de 2024.

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