Poesía de intensidad o El sueño del mundo
Prologo del último libro de la poeta Ada Zapata, que será presentado en el marco de la FIL de La Paz
El sueño del mundo es un poemario complejo porque muchos significados son removidos de sus habituales sitios: lo macabro, lo desolador, el vacío, la oscuridad, las sombras, la ausencia, el fuego y el agua –entre otros– pasan a ser elementos de una concepción poética que, al combinarlos de formas imprevistas, plantea hermosos mecanismos de sentido, en parte descifrables y en parte indescifrables.
El mundo de lo conocido roza, de ese modo, con un mundo desconocido, el cual se percibe solo de modo parcial a través de impactantes imágenes poéticas. Este maravilloso mecanismo –la imagen–, que recurre a lo visual y lo sensorial para comunicar, es puesto en acción de modo sostenido a través del presente poemario.
En lo que sigue, proponemos algunos elementos básicos para plantear un recorrido –de los muchos posibles– sobre esta lograda obra de Ada Zapata Arriarán, autora reconocida como una de las voces más potentes de la poesía boliviana contemporánea, así como algunas apreciaciones que justifiquen el título del presente prefacio.
Poesía de intensidad
Una poesía de intensidad podría definirse como aquella que interviene de modo radical sobre la sensibilidad del lector –y por consiguiente sobre toda su persona, dado que la sensibilidad es lo que nos permite percibir algunos fenómenos y obviar otros–, descentrando los sentidos habitualmente asignados a cosas y sucesos. Es como si un planeta, desconocido hasta entonces, ejerciera un poder gravitatorio sobre el piso que nos sostiene, despojándolo de su solidez, y por ende disolviendo nuestra superficie de contacto con lo conocido.
Precisamente así lo retrata la voz poética:
Contar
Una historia
Fabulosa
Mientras tus pies se hunden
En la niebla.
Ese piso que comienza a disolverse es, precisamente, la habitual unión entre las cosas y las palabras que las designan. Perder ese piso implica –como especifica el poema– una sensación de pérdida también de los límites del propio cuerpo (¿los pies se hunden o flotan?).
De ese modo, los límites corporales –aquella superficie que se relaciona con las demás superficies del mundo y nos proporciona así conocimiento sensible– entran en un proceso de novedosa tregua: cesan de sentirse y se aprestan –transmutada su forma, aligerada– a entrar en contacto con lo novedoso.
Sobreviene, de ese modo, una muerte simbólica, necesaria –como se puede ir constatando– para que la sensibilidad sea capaz de percibir aquello que hasta ese momento no podía. La voz poética lo dice de forma inequívoca:
Es imprescindible
Estar muerto
Para poder jugar
Por tanto, el sentido vinculado con la palabra muerte se invierte: no se trata del fin, sino del paso necesario para acceder a lo nuevo, retratado por la voz poética del siguiente modo:
Antes de que el aire
Se transforme
En puerta
Bebiendo el fuego
Con la nebulosa
Cuerda en el cuello
Los elementos se repiten: lo nebuloso (la cuerda) ahora se ciñe al cuello, pero en el momento crucial el aire faltante se transformará en una puerta (hacia lo aún desconocido). Lo novedoso radica en que ese contacto con lo nebuloso ya permite que el fuego –ese elemento destructor– pueda beberse. En otras palabras, la sensibilidad puede entrar en contacto con lo destructivo e incluso incorporarlo (beberlo). Esta imagen es similar –pero opuesta– a otra en la cual la sombra de la noche bebe agua en los parques, que se verá a continuación.
La difuminación de los límites corporales
Una segunda característica de la poesía de intensidad podría ser la cualidad altamente disruptiva de la imagen poética, caracterizada por recurrir a la unión de elementos de sentido habitualmente distantes y por la cualidad de impactar sobre lo visual:
La noche era un animal muerto
Atravesado por las agujas del silencio
Su sombra tomaba agua de los parques
Como puede advertirse, el elemento muerte “libera” a la sombra de la noche; es decir, resulta imprescindible para que la noche deje al fin el doloroso silencio y, asumiendo una forma ligera –su sombra–, beba agua, siendo este último (el agua) otro elemento muy significativo a lo largo de El sueño del mundo.
Y es precisamente este tránsito uno de los más más atractivos del poemario. Si de esta relación con la muerte se desprende cierta disolución del elemento cuerpo (subrayada por los elementos nebuloso, aire, sombra), cabe preguntarse hacia dónde conduce este camino, posibilidad que es planteada en el primer poema:
El sueño del ausente
Se hunde en el árbol negro
Una distancia nos observa
Trepada al árbol
Para desaparecer sin límites
En otras palabras, más allá de los límites –¿de nuestro intelecto, de nuestra percepción?– es a donde este tránsito conduce. Pero ¿cómo conocemos más allá de los límites, por ejemplo, de intelecto y percepción? La voz poética parece afirmar que lo podemos hacer aprestando una nueva sensibilidad, en la que entra en juego otro elemento insospechado: la espalda. Por supuesto, este nuevo elemento debe ser resignificado conforme a cada lectura. Pero es evidente que connota alta importancia para relacionarse con lo –hasta ese momento– inexistente:
La intocable nada
Te toma
Como una ola
Por la espalda
¿Sensación táctil?, ¿conocimiento por el contacto con nuevas áreas de nuestra sensibilidad? En este encuentro parece radicar el summun de la potencia poética de las imágenes desplegadas en el poemario, dado que finalmente la voz poética se arriesga a afirmar, respecto de estas posibilidades de nuevo conocimiento y nueva sensibilidad:
Me cubren la espalda
Con hojas de otro mundo
Llegados a este punto, cabe precisar que, en El sueño del mundo, la imagen poética muestra toda su potencia disruptiva y, al mismo tiempo, generadora de nuevas relaciones entre el sentido y las experiencias subjetivas, tratando de nombrar lo que hasta ese momento no tenía nombre, así como originando combinaciones de palabras que, muy probablemente, despierten en la mente de quien lee la impresión de que está ante un mundo desconocido, pero no por ello menos hermoso, conmovedor e impactante.
Se trata del lenguaje generando mundo y, acaso, del lenguaje soñando, más allá de los límites habitualmente establecidos por el efecto de verdad. No se trata, sin embargo, de que un mundo –el habitual, determinado por los sentidos de lo cotidiano– sea anulado por otro, que apenas llega a ser entrevisto o presentido. Sin embargo, este tránsito poético deja en claro que, entre el ser y el no ser, existe una vasta cantidad de opciones.
De este modo, queda hecha la invitación para que cada lectura articule a su vez, con nuevos ojos y nuevas sensibilidades, sus propios caminos sobre El sueño del mundo de Ada Zapata Arriarán.