Testimonios del viento
Gabriel Salinas escribe sobre la exposición del luthier de instrumentos de viento, Rolando Jarro, que se encuentra en El Mercadito Contracultural de nuestra ciudad.
Tras 25 años de trabajo, la habilidad del oficio late en cada obra, como aquella que nos presenta el maestro Rolando Jarro Cruz, en estos instrumentos musicales andinos, cuyo arte busca avivar las voces del viento, en sus términos. Algo que plantea la muestra “Vientos de revolución”, con una poética cargada de sentidos…
Cuando el compositor boliviano Alberto Villapando, recuperó la noción de que “la geografía suena”, buscó plasmar en palabras, la profunda evocación identitaria de la tradición musical quechua y aimara, que desde tiempos remotos, se ha reproducido en las estelas culturales desarrolladas alrededor del mundo andino, hasta el presente.
De este modo, la etnomusicología, desarrolla su comprensión del legado cultural que se articula en los instrumentos musicales andinos, complementando la memoria oral de quienes los interpretan en la actualidad, con la información que ofrecen los primeros cronistas que retrataron la vida de las sociedades prehispánicas. Así, Felipe Guaman Poma de Ayala, Inca Garcilaso de la Vega, o Bernabé Cobo, siendo los dos primeros de sangre indígena, en sus respectivas obras se refieren a los aerófonos que pertenecían a la tradición musical de los quechuas y aimaras asentados en la región, destacando el pinquillo, la quena y la zampoña, y aunque sus denominaciones variaban de acuerdo a los contextos locales, las descripciones minuciosas sobre estos instrumentos de viento, realizadas en aquellos textos, condicen con las del presente.
Y si bien, investigaciones como las de Anna Gruszczynska-Ziolkowska (1995), concluyen que los sistemas musicales en que se afinaban estos aerófonos, se han perdido en el proceso histórico de transculturación que impuso el régimen colonial, el trabajo de esta autora, permite apreciar que la base pentatónica de la música andina contemporánea, se origina en las sonoridades pentafónicas de los instrumentos prehispánicos.
Entonces se revela, cómo un testimonio infatigable de la voz de esta tierra, los instrumentos musicales que nunca dejaron de resonar en las comunidades, conectan la memoria del pasado prehispánico con la realidad social contemporánea, estableciendo un referente estético y ético de resistencia al proyecto civilizatorio homogeneizador de la modernidad occidental; donde el cantar insondable de las vertientes y abismos andinos, ha nutrido el aliento de nuestros pueblos para sentar su propio lugar en el mundo actual, al permitirnos interpelar al orden dominante de exclusión, desde la diferencia.
Un proceso histórico, cultural y político, originado en la emergencia de Bolivia, que al independizarse del colonialismo español, se erigió en base a las lógicas del colonialismo interno de los criollos “ilustrados”, quienes encaramados en el poder de la naciente república, negaban la posibilidad de considerar a indígenas y mestizos como parte de aquel estado-moderno. De ahí que, como describe Beatriz Rossells (1995), al recopilar una serie de referencias hemerográficas bolivianas de mediados del siglo XIX, una de las formas más importantes en que la presencia indígena resonaba en el escenario republicano, era en las músicas y danzas con que se apropiaban del espacio público de los poblados rurales, en sus celebraciones tradicionales, especialmente acompasadas por las tropas de músicos hechos por sus pinquillos, quenas o zampoñas; con aquella música solemne y melancólica, cuya autenticidad cultural y social, terminó por marcar el desarrollo de la música nacional, como apunta María A. García Meza (2008) en el caso de las cuecas de Simeón Roncal, un fenómeno social que debe entenderse como una conquista política por parte de las clases subalternas excluidas, que forma parte de un proceso de lucha en la hegemonía cultural del periodo.
Por todo esto, contemplar estos instrumentos musicales, deslizarse por la delicadeza de su acabado, y el vuelo de su sonoridad propia, que lleva la factura de un maestro, no es sólo asistir a la belleza de su arte como luthier andino, sino a lo que representa su obra, quizás un anclaje para subvertir nuestra opresión, o quizás, una forma de comunicarnos, que alimenta nuestra propia existencia.