Resplandeciente abismo del sol

Sobre la obra del poeta, Camilo Barriga, quién falleció muy joven y dejó una obra valiosa e inconclusa por escribir. Anus Solaris o la máquina de sodomizar a todos, es el nombre del único poemario que alcanzó a escribir.

Resplandeciente abismo del sol

Resplandeciente abismo del sol Foto: Internet

Resplandeciente abismo del sol

Resplandeciente abismo del sol


    Andrés Mariño
    Puño y Letra / 20/08/2025 15:24

    Camilo Barriga, poeta, nació un 26 de julio de 1991 en la ciudad de Sucre, Bolivia. Estudió filosofía en Earlam College, Estados Unidos. Escribió un libro titulado “Anus Solaris o la máquina de sodomizar a todos” publicado el 2019. Formó parte del consejo editorial de la revista Esparpajo. Donde publicó algunos ensayos y traducciones. Tradujo además dos libros: “Hago el amor en mi mente para ahuyentar el frío” de Catarina Gomes Moraes y “El último ermitaño” de Finckel. Traducciones de autores y sujetos del margen.  

    “Cuán seria es la faz de los muertos queridos

    Pero el alma se alegra de su justo mirar”

    George Trakl

    Comencemos.

    Escucho el “Cuarteto por el fin de los tiempos” de Oliver Messiaen y pienso en la escritura de mi hermano Camilo Barriga, pienso en la angustia eléctrica, ahondo en la angustia eléctrica como moradora de sombras y se me revela que la poesía es la intoxicación, la llegada del mesías (¿o será la música de Messiaen?) y una puñalada en el rostro de los psicoanalistas. 

    Una máquina de sodomización. Como él mismo dice. Una máquina despiadada.

    La muerte como máquina. 

    No habrá ninguna especie de perdón, ningún tipo de redención. 

    Sólo escritura goteando como carne derretida.

    Nietzsche decía: “De todo lo escrito solo amo lo que uno escribe con su propia sangre. Escribe con sangre y sabrás que la sangre es espíritu. No es cosa fácil comprender la sangre ajena”. 

    Y el poema “Habla el pharmakon” de Camilo Barriga dice:

    “Un cincel que trituraba las letras

    ¿qué hacer si de esta tinta

    Sale carne en su tibio goteo”

    Donde otro verso dice:

    “Que la sangre no sea sangre sino voz”. 

    Así, para escribir poesía hay que vivir demasiado rápido, demasiado mal. Esto es: demasiado bien. Dirigirse a una inducción de locura, una inducción de lucidez aguda como un navajazo y un tremendo desorden simbólico, una trituración de lo simbólico. Un trastocamiento de la vida y un reordenamiento de la muerte. 

    No se trata de morir a tiempo. Sino de abrir tiempo para la muerte. 

    A través de la escritura, a través de los venenos, a través del espiritismo: hay que abrir tiempo a la muerte. Esto es: abrir espacio a la vida.

    Porque vida y muerte son una y misma cosa. YA SE SABE. 

    Una misma cosa perforada.

    Una misma cosa perforadora.

    Y es en ese sentido en que todo POETA, oígase bien, todo POETA, piensa y escribe LA poesía. Y la poesía no es más ni menos que la vida y la muerte siendo como son, como las hay, un haber tenso y electrificado en medio de la nada. 

    Nada se inventa, todo se descubre en su encubrimiento. Todo se conoce en el desconocimiento. 

    El poeta va y vuelve como dice Jaime Taborga en su texto dedicado a Camilo.

    Y es esta naturaleza, no complementaria ni contradictoria (a no ser que entendamos el prefijo “contra” del modo en que Paul Celan entendía la contra-palabra, decir lo que se silencia, “la palabra que rompe el hilo”), sino conflictiva, polémica, la que “signa”, la que da destino a la escritura de Camilo Barriga. 

    O una extraña dedicatoria en mi ejemplar de Anus Solaris, una hermandad en el polemos. Una hermandad en la guerra. 

    Un extraño secreto, una contradicción. Aquello que va contra el decir.

    Una adicción. Aquello que no dice nada o nada dice. “Una poesía que quizás no diga nada” como dice uno de sus versos. Aquello cuyo decir ha sido mutilado. Descabezado de cuajo. Y que se desangra en la página como una descarga de rayos. O de azotes.

    Cada verso será un azote del mundo. 

    No un azote hacia el mundo como pretende José Villanueva en el bello texto que dedicó a nuestro amigo. 

    Pero no se trata de azotar al mundo, de vengarse del mundo, eso se lo dejamos a los criptocristianos. Sino de recibir los benditos azotes y torturas de este jardín de las delicias. 

    Un azote que dice nada.

    Una “Exhortación del orto del que / no florece nada” como dice su poema “Tenia sagrada”.

    No por nada el título del libro es: “Anus Solaris”. Reuniendo lo más oculto, lo más oscuro, lo anal, con lo más visible, lo que abre la visibilidad de las cosas: el sol. Es más, diciendo secretamente, lo más resplandeciente es lo más oscuro y lo más oscuro nos ilumina.

    Las bodas alquímicas.

    Todo muy similar a lo que dice el verso del poema “Primavera del alma” de Trakl, que compartió nuestros destinos: “Resplandeciente abismo del sol”.  

    O por otra parte tal y como dice de Camilo y de su libro el texto “Una coartada” del poeta paceño José Villanueva: “Un diálogo directo entre el cerebro y el esfínter donde el espíritu es conmocionado remotamente”. 

    George Trakl, Heráclito, Paul Celan eran autores acerca de quienes pasábamos horas hablando en un departamento soleado en la Plaza Isabel la católica. Autores que, de distinta manera, conformaron el marco en el que habríamos de vivir, morir y escribir en consecuencia.

    En el que habríamos de ser electrocutados. En el que habríamos de complotar juntos una presentación de libro en el que instalaríamos un extraño dispositivo para electrocutar a todos los asistentes. Un cableado en la tribuna. Para que el público salte de júbilo, espanto y sorpresa por una conmoción activada remotamente. Tal y como lo hacen los poetas.

    (Ahora puedo ver y escuchar la risa de mi amigo Camilo Barriga)  

    En su caso, en su escritura, también estaba fuertemente Rimbaud, Oswaldo Lamborghini, Leopoldo María Panero, Enrique Lihn y Foucault, este último no por el castigo sino por el crimen. Cito el poema: “Me encomiendo al espíritu santo”: ¿En el cielo hay cocaína, / heroína, / metanfetamina?” 

    Y más adelante Camilo dice:

    “Estuve entre muertos,

    Padecientes, putos y

    Monjas y junkies” 

    Cómo olvidar entre quienes uno se está. De quiénes uno forma parte, dónde uno abre mundo.  

    “El rosal del patio de los locos” como dice su poema “YA NO SOMOS SERES PEDESTRES” ni estamos entre ellos.

    Así también nos formaron y deformaron las valiosas mesas redondas sobre pensamiento y poesía coordinadas por nuestro muy querido amigo teórico y también poeta Fernando van de Wyngard. Un pequeño comedor donde nos conocimos y comenzamos a fraguar con Camilo, junto a Leonardo Nicodemo y Mikio Obuchi, la revista de ensayos, traducciones y poesía bautizada como Esparpajo. Rodeados de humo, maquinamos.

    Cómo no recordar también cuando nos desvelamos en un rancho de San Benito llamado oportunamente: “La tregua”, en Cochabamba, esperando un eclipse, un “ano solar”, “el resplandeciente abismo del sol” y demás herejías mientras corregimos y editamos juntos el que habría de ser su único libro publicado en vida. O las tardes de paranoia. O los amaneceres de júbilo. O las interminables tazas de café y pijcho compartidas.  

    Habiéndome permitido ese excurso, sigamos hablando de su poesía. Y lo primero que diré es: hay que asumir las cosas como son, a pesar de la angustia eléctrica que esto cause, o el júbilo aniquilador, como se quiera.

    Y el valor de la poesía, si es que un valor tiene esa moradora de ruinas, es: “mirar las cosas tal y como son”. 

    Las cosas son tremendas por naturaleza. Así como antinaturales por naturaleza. 

    Y la labor del poeta es hacerse un espacio en ese nido de ratas. Es encontrar un lugar en el mundo real. 

    El poeta se encuentra sumergido en lo antinatural de la naturaleza. Así como en lo natural de la antinaturaleza. 

    Escribe Camilo: “como feto ahogado en / líquido nicótico”. Gran ejemplo de lo que digo. 

    Y así es.    

    Así como hay que recurrir a hablar de otro tema central en la poesía de Camilo Barriga. Y es su redefinición de la contrapalabra del poeta judío alemán Paul Celan. 

    Y es que el poeta judío adolece de una grave enfermedad, y esto es: la piedad humanista. 

    Piedad humanista que le hace decir en su discurso llamado “El Meridiano”: “La contra-palabra es un acto de libertad”, “es posible un encuentro con el Otro”, porque, como decía Hahahaidegger: “Solo un dios podrá salvarnos”. 

    En cambio, Camilo sabía, como Nietzsche y Artaud, a quien además tradujo, que no hay piedad posible. Es más, estoy seguro que no hay poeta vivo de nuestra generación que no haya entendido la impiedad tanto como él. Con humor, sufrimiento y el descaro de quien es fuerte. De quien ha muerto y ha vuelto de la muerte como muerto viviente. 

    Porque sólo los muertos vivientes pueden ser poetas. 

    Y sólo los poetas pueden ser muertos vivientes. 

    Camilo sabía.

    Mientras la trituración lingüística en Paul Celan es sin término y agudísima como una hoja de hielo. No es sino lingüística. No es sino derridiana. Es decir, la lengua es antes que la carne. 

    Pero Camilo, Nietzsche, Artaud y yo sabemos que no es así. Que la carne es electrocutada, que la carne se derrite primero, que la sangre es sangre y luego escritura. 

    Que la escritura no es sino mancha de sangre.

    Que es resultado de un escopetazo.

    O de una tormenta química.

    O de una tormenta divina o infernal. Da lo mismo.  

    Así que la trituración no sólo viene de ni ha de venir del régimen simbólico. Si no, como decía Rimbaud en “Una temporada en el infierno”: “Ahora estoy listo para conocer la verdad en cuerpo y alma”. Como decía Rimbaud en el poema favorito de Camilo Barriga titulado “Veinte años”: “Los nervios van a zozobrar”. 

    Artaud lo dijo. Una poesía que sea el grito de los nervios. 

    Ahora, la trituración viene en Camilo no sólo de los signos, aunque también pasa por ella, sino a través de la carne misma.

    Del cuerpo

    Del cuerpo del libro incluso.      

     Y lo cito: 

    Poema: “Habla la risperidona”

    “Las letras apuñalan

    Los ojos

    Los labios

    Se agazapan al margen de un hoyuelo

    Mientras los labios pisan la tierra

    Mojados de hielo”

    Ahora paso a citar el poema “Baal”

    “Algunos de mis versos muerden la lengua”

    Porque el poema sale de la carne y regresa a morder la carne. No se queda ahí flotando, impoluto. Si no, hay que pagar un precio. Un alto precio por la lluvia de bendiciones.

    Concepción que genera lo que promulga Rimbaud: “un desarreglo total de los sentidos”. Que habría de entenderse como neurodivergencia, pero hay que recordar al mismo Camilo, que prefería el término “trans-torno”. Diciendo sobre él: Como si algo hubiera dado un torno, una vuelta más allá de su curso. Como si algo, saliendo de su propia fuerza o ejerciéndola, habría salido de su eje llegando al más allá si se quiere, a otra parte, a lo radicalmente otro. Al más acá. Aquí mismo. Porque es difícil estar aquí mismo

    Hay que estar en éxtasis para estar aquí mismo.

    Constantemente en éxtasis. 

    Uno de sus poemas dice 

    “Mi neurona X

    Desviada de mi neurona Y”    

    La sinapsis es imposible. El conocimiento es algo que no se puede hacer.      

    Sólo neuronas rotas expulsando chispas en el vacío cerebral.

    En la negrura cerebral. 

    Porque la calavera está hueca. 

    Así como la escritura…

    Entonces la poesía no es más que ruina. Lo cito:

    “Donde juran haber visto poesía

    Ruinas

    Un barco, un pez

    El loco se comió al poeta”

    Sin embargo, esta aparente visión desesperanzadora de la poesía, que no salva nada, no redime nada, no implica una queja o un lamento. Toda la brutalidad desplegada en los versos de Camilo Barriga, que son como una golpiza o un asalto a navajazos en un callejón oscuro, una sala de tortura o una carrera a toda velocidad mientras el cuerpo está desintegrándose, no es sino una celebración. Es un júbilo aniquilador. 

    No es Celan, el poeta judío, que espera justicia, que espera la llegada de Dios.

    Es el júbilo. 

    No es sino descendencia de una alegre crueldad nietzscheana. Una práctica de alegría frente a la muerte.   

    ¿Qué espíritus débiles van a estar lamentándose de la muerte de dios?

    ¿Qué espíritus débiles van a querer vengarse del mundo?

    Cito el poema “Barricadas”

    “En un estadio corren niños

    Desnudos

    Veremos quienes son aptos para la vida

    Los que no al abismo”

    Repito:

    ¿Quién va a estar lamentando la muerte de dios? Mi llanto no proviene de mi debilidad sino de mi fuerza ante la tremendidad del mundo.

    Se requiere ser más ligero.

    Nosotros corremos a toda velocidad a través de un mundo espinoso como ciervos sagrados entrando al bosque

    Yendo y viniendo

    Muriendo y naciendo 

    Con los ojos contaminados por el frenesí

    Con los ojos vaciados por el milagro 

    Mis hermanos y yo corremos de barranco en barranco

    Mirando el sol de la noche y la negrura del mediodía

    Esperando los eclipses entre las tinieblas para aullar como bestias derrumbadas por exceso de fuerza.  

    Como cúmulos no vivos creciendo en el siniestro equinoccio escuchando las misas de Messiaen. 

    Con estalactitas de hielo atravesadas en la lengua y e incrustadas en nuestros corazones de ángeles caídos al milagro.

    Que aparece y desaparece.

    Porque hay que caer para conocer el milagro.  

    Con las balas cantando de cruel alegría a nuestro alrededor. 

    Contaminándonos con nuestros muertos a través de espiritistas.

    Y de otras cosas que no se saben.

    Nosotros reímos rodeados de lo que no se sabe

    No hay nada más jubiloso que el amor de lo que no se sabe. 

    Así, en éxtasis, llamando a la muerte y a la vida, yo digo:

    Hay que ser alguien sumamente alegre para escribir algo como el “Anus Solaris”. No es así no más. 

    ¿Qué más decir de mi hermano? ¿Del amigo mío?

    De la muerte 

    Nada se puede decir. Porque todo se dice.

    Gracias.  

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