Contemplar la herida o escribir con sangre sobre el vidrio

Sobre “Contemplar la herida”, el último poemario de la poeta, Valeria Sandi, escribe el chileno Ernesto González Barnet

Valeria Sandi

Valeria Sandi

Contemplar la herida

Contemplar la herida


    Ernesto González Barnert
    Puño y Letra / 08/09/2025 03:00

    Hay libros que no se leen, sino que se habitan. O mejor dicho: libros donde alguien ha habitado antes, con una ternura de exilio, con las manos en la memoria, con el lenguaje hecho astilla. Contemplar la herida, de Valeria Sandi, es uno de esos libros. Una especie de diario del temblor. Una bitácora del amor y la pérdida escrita desde el reverso de los días, cuando ya no queda refugio salvo el poema.

    Valeria no escribe para responder preguntas, sino para seguir formulando, entre polvo y cicatriz, las preguntas que más duelen. Las que sólo puede hacer quien ha mirado la muerte a los ojos —la muerte literal, pero también la del deseo, la del idioma, la del hogar— y ha elegido no callar. Aquí la escritura se vuelve testamento: una piedra lanzada al río de la memoria para ver si todavía hay ondas, si todavía hay alguien que escuche.

    Este libro no es una herida, es la contemplación de ella. Eso es más duro. Porque no hay redención, ni consuelo, ni metáfora salvadora. Solo la verdad de un lenguaje que sangra, que dice "madre", "partida", "exilio", "Buenos Aires", "la habitación 506", "una piedra verde para acullicar", y que en cada palabra revive lo que nunca debió haberse perdido.

    Los poemas de Contemplar la herida no sólo son intensamente sensuales (la piel, la voz, la saliva, las ventanas), sino que tienen algo que muy pocos poetas logran: el coraje de decir lo indecible sin barroquismo ni escapismo. El amor aparece con su lengua de fuego. La muerte, como un espejo que se vuelve sal. La infancia, como ese país que nunca sabremos conjugar del todo. El idioma, como frontera y refugio. Y la escritura, como el único hilo que queda para remendar la vida.

    Desde Olga Orozco hasta Coleridge, desde la suite del hotel en Montevideo hasta el aeropuerto de Buenos Aires, desde la butaca donde se duerme una mano ajena hasta la sombra del sauce llorón, Valeria traza un mapa de despedidas. Pero estas despedidas no son fuga ni claudicación. Son una forma de presencia. Una manera de decir: “Aquí estuve. Aquí esperé. Aquí aprendí francés para irme. Aquí escribí sobre Godot y mis muertos. Aquí arde aún mi palabra”.

    Contemplar la herida es un libro intenso, desgarrado y profundamente humano. Porque no pretende brillar ni seducir. Pretende sostenerse en el temblor. Y lo logra. La poeta boliviana, gran gestora cultural, Valeria Sandi, ha escrito un libro de duelos, sí, pero también de fidelidad al poema por sobre todo lo demás. Un volumen que se queda contigo, como se queda la última luz antes del apagón.

    Aquí no hay retórica. Hay verdad. Aquí no hay adorno. Hay aliento. Aquí no hay final. Hay persistencia.

    Y eso, en estos tiempos, no es poco. Es casi todo.

     

    *Ernesto González Barnert (Temuco, Chile, 1978) es poeta, gestor cultural y cineasta documentalista.

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