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¡Auxilio! El grito de una niña en peligro detrás de un cerro de Sucre

No fueron los policías ni los militares los que la salvaron, sino un adolescente

LEGISLACIÓN. El Estado tiene la obligación de garantizar y proteger los derechos a la vida y a la salud de los niños, niñas y adolescentes. LEGISLACIÓN. El Estado tiene la obligación de garantizar y proteger los derechos a la vida y a la salud de los niños, niñas y adolescentes. Foto: Ilustración

Sucre/CORREO DEL SUR
Seguridad / 29/08/2021 02:30

28 de junio de 2021. Once de la mañana. Es lunes y Elisa está con su madre Segundina en un micro de la línea “4” que, como siempre, las deja en la puerta del Liceo Militar “Tte. Edmundo Andrade”, en las afueras de Sucre. Ellas viven en una urbanización colindante que se llama “Las Brisas”. Todo ocurría con normalidad, hasta que…

Ana (nombre convencional) tiene nueve años y vive con su abuela Casimira en la comunidad La Barranca, una zona de expansión urbana que está a 15 kilómetros de la capital.

Casimira trabaja como peladora de papa en uno de los puestos de comida del mercado Campesino, la populosa zona donde se genera el mayor movimiento económico en la ciudad. Allí estaban ellas a las 10:00 de la mañana del lunes 28.

 

- Hijita tomá Bs 1, andá a comprarte un barbijo.

- Ya mamá, ahorita vuelvo.

 

Esa fue la breve conversación que tuvieron poco antes de que Ana “desapareciera”.

 

- Hola ‘hijita’, ¿ya almorzaste?

- Sí, ya comí.

- Te lo voy a comprar una muñeca, ¿ya? Ven.

- Ya.

 

Solo él, un hombre de 33 años, sabe qué pudo estar tramando durante ese encuentro casual entre tanta gente y en pleno centro de abasto. Ella, en cambio, una niña inocente que estaba sola, accedió casi sin dudar y hasta contenta por el regalo prometido.

Poco después, tomaron la línea 4, que cubre la ruta mercado Campesino-Liceo Militar. Justo en ese microbús también iban, de retorno a casa doña Segundina y su hija Elisa, joven madre de dos hijos (una niña de 7 años y un varón de 8). Esta guarnición castrense está en la zona La Florida, carretera a Potosí, a 6 kilómetros del centro de Sucre.

Ellas están en los asientos posteriores, de frente al desconocido y la niña, quienes ocupan espacios detrás del chofer. Entre ellos era inevitable cruzar miradas. Pasarían unos cuantos minutos nada más hasta que el instinto de madre despertaría las sospechas de Elisa. El hombre era de tez blanca y la pequeña, de piel trigueña.

El viaje empieza a parecer interminable para la niña y de tanto en tanto le pregunta al hombre si ya estaban llegando (…) La respuesta es siempre la misma: “Sí, ya estamos llegando”.

Ana ve que el microbús se aleja más y más del lugar donde la interceptó el individuo y su silencio se transforma en miedo.

Llegan al Liceo Militar, lugar de la parada de la línea 4. Primero bajan el hombre y la niña, luego Segundina y Elisa. Caminan en la misma dirección y de repente el sujeto se agacha haciendo que dobla las botas del pantalón, así logra que la madre y su hija vayan por delante.

Al pasar cerca de él, Elisa siente algo raro en su cuerpo, una sensación de temor, y mientras se aleja, gira la cabeza de tanto en tanto hacia atrás hasta que en cuestión de segundos el sujeto y la niña desaparecen.

Segundina cree que tomaron un taxi, pero Elisa, que venía sospechando algo malo, le hace notar que en todo ese instante no pasó ni un vehículo por ahí. 

Entretanto, Kevin Guzmán y su amigo Álex Paniagua vienen subiendo en sentido contrario desde su casa (Las Brisas) y en el camino se encuentran con su hermana y su madre. Visiblemente asustada, la hija le dice:

 

- Vas a fijarte allá donde esa quebrada, porque allí “desapareció” un señor medio raro con una chiquita.

Su mamá también le recomienda:

- ¡Vas a entrar por si acaso y vas a llamar a los soldados!

 

Kevin obedece e ingresa a la quebrada, mientras su amigo espera en la carretera. Llega a la parte media de un cerro y no encuentra nada. De repente oye un grito que viene de más arriba:

 

- ¡Auxilio!

 

Es la niña. Kevin sube a toda prisa y encuentra al hombre a punto de cometer una atrocidad con la pequeña. El pervertido se había quitado el pantalón y Ana estaba desnuda y descalza. Kevin no mide las consecuencias y corre hacia el hombre y le propina una patada en la boca.

La niña aprovecha el descuido de su victimario y corre para abrazar a su salvador. En su afán de detenerlos, el sujeto les lanza una piedra sin causarles daño. Kevin logra salir del lugar con la niña, la entrega a su amigo y este la lleva al Liceo Militar, donde además pedirá ayuda. Confiado en que los soldados ya vienen, Kevin vuelve al cerro en busca del sujeto.

Acostumbrado a subir y bajar las lomas –porque creció en ese ambiente–, decide ir por atrás para rodear al malhechor, al que encuentra de espaldas y mirando a la carretera, escondido entre los matorrales, en la parte más alta del cerro.

Kevin lo sorprende, trata de reducirlo y lo toma de los brazos, contra el piso y boca abajo. Quería tenerlo así hasta que arriben los militares. Como no llegan, el hombre mayor empieza a forcejar y empleando su fuerza sobre el adolescente de 16 años, logra soltarse. Se pone de pie y saca de su bolsillo un pequeño cuchillo, tipo navaja.

 

- Ahora ven pues, ven.

 

Lo desafía. La respuesta del adolecente fue alzar una piedra; se la lanza para que suelte el cuchillo y lo logra, pues la piedra llegó justo a la mano que sostenía el arma. El desconocido intenta escapar otra vez, lo que no resultaría porque los soldados estaban cerca. Este hecho quedó muy marcado en Kevin, quien esa noche no pudo dormir. En su mente solo aparecía el rostro del sujeto y la niña que lo abrazó; recién empezaba a asimilar el peligro al que se había expuesto.

Kevin tiene seis hermanos: tres son varones y tres, mujeres. Su padre se llama Nicolás, es electricista y trabaja en la Alcaldía. Su madre es ama de casa.

 

CONTENCIÓN

La niña N.V.S.P., de tez morena, gorra de color rosado y negro, una chamarra y pantalón jean, todavía está en el Liceo Militar y su rostro refleja desconcierto, susto y preocupación.

Un equipo multidisciplinario de las defensorías de la Niñez y Adolescencia de los distritos 1 y 4 de la Alcaldía de Sucre, integrado por Erlith Cuba (trabajadora social), Gabriel Pemintel (abogado) y Lorena Quisbert (psicóloga), llega al lugar.

Los primeros registros dan cuenta de que la niña proviene de La Barranca, comunidad ubicada a casi 15 kilómetros de Sucre, en el Distrito 6.

La única que entrevistó a la menor fue la psicóloga Quisbert, quien en su primer encuentro notó que la niña estaba afligida, pero más por su abuelita, con quien vive y a quien considera como su madre.

La niña también vive con su tío Cipriano, agricultor. Después de esa experiencia, ella ya no va al mercado Campesino con su abuela: se queda en casa. Estudia en la unidad educativa La Barranca, donde cursa el 2do. de primaria. Proviene de una familia desintegrada. Su madre conformó otra y su padre, desapareció. Actualmente está muy bien de salud y no muestra signos de algún trauma.

JUICIO CORTO

El mismo día del hecho, el abogado Pemintel interpuso una denuncia por violación en el grado de tentativa y abuso sexual, a partir de informes de valoración psicológica, valoración social y examen médico forense. El Ministerio Público activó la imputación, mientras el acusado aguardaba su audiencia cautelar en celdas de la Estación Policial Integral (EPI) de San Roque. Luego, él decidió acogerse al procedimiento abreviado, pero solicitando que se lo impute por la “pena menor”, a lo que la parte accionante accede considerando que la violación no se concretó.

Un día, el juez dictó la pena mínima de 10 años de privacion de libertad contra Carlos Ortiz Salamanca, quien dijo ser oriundo de Camiri.

Por esos días era noticia el asesinato seguido de suicido de un joven contra su hijo de un año y cuatro meses en Potosí y del infanticidio de un niño de dos años a manos de su padrastro en Macharetí.

 

FRÍA REALIDAD

En Bolivia cada día violan a cinco niños, según las estadísticas de la Fiscalía General del Estado. Entre el 1 de enero y el 16 de mayo de este año, esa institución registró 677 violaciones de niños, niñas y adolescentes.

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