La vida de los ladrilleros bolivianos en Argentina
Empleo informal, casas precarias y trabajo infantil detrás del sueño de progresar
En los últimos 20 años, cientos de familias bolivianas se instalaron en la ciudad de Río Negro, Argentina, para elaborar ladrillos. Hombres, mujeres y niños viven y trabajan en campamentos. Esta actividad productiva, que mueve más de 40 millones de pesos al año, se desarrolla en medio de la informalidad laboral, la precariedad habitacional y el trabajo infantil.
El empuje de los bolivianos que fueron a la Argentina en búsqueda de mejores oportunidades está sujeto a una red de empleo no registrado que vulnera sus derechos. El estudio elaborado por Diego Von Sprecher y publicado por el Foro de Periodismo Argentino en el marco del proyecto La Otra Trama presenta la vida en estas poblaciones, los patrones culturales que chocan con el pleno ejercicio de los derechos sociales y laborales, y el rol del Estado en ese contexto.
LADRILLO SOBRE LADRILLO
Juan lleva diez horas trabajando sin parar y en su rostro corren gotas que se transforman en barro cuando tocan la arcilla seca que se le pega en la frente. Sus manos y su cintura se mueven sin descanso. Tiene que cortar más de 1.000 ladrillos para que la jornada rinda y el esfuerzo se traduzca en algo más de 400 pesos. Su esposa, parada a tres metros de altura, apila en una hornalla miles de piezas. Cuando terminen de quemarse, quedarán listas para la venta. Su hijo, de casi 15 años, empuja una carretilla llena de barro.
Como esta familia, cuyos nombres han sido cambiados para proteger su identidad, otras cientas viven en los campamentos de Allen. Los ladrillos que se elaboran en esta localidad de 40.000 habitantes, ubicada en el Alto Valle de Río Negro, Argentina, son conocidos por su calidad en toda la Patagonia. Sin embargo, detrás de esta actividad, que ha tomado gran impulso en las últimas dos décadas, hay trabajadores explotados por una red de empleo no registrado que vulnera sus derechos.
Casi en su totalidad, los obreros que trabajan en la elaboración de ladrillos son bolivianos y fueron a la Argentina junto a sus familias con la esperanza de encontrar un empleo que les permita sobrevivir. En esa lógica de subsistencia, se convirtieron en el eslabón más débil de una cadena que mueve millones de pesos por temporada.
LA PRODUCCIÓN
Según un estudio realizado por la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) y el Consejo Federal de Inversiones (CFI), la producción ladrillera de Allen alcanzó entre 16 y 24 millones de piezas en la temporada 2013-2014. Y la recaudación anual en venta de ladrillones (apenas más grandes que los ladrillos comunes) de Allen —contemplando una pérdida del 10% y sin contabilizar costos de materias primas ni laborales— superó los 42,5 millones de pesos.
El volumen de dinero que genera la actividad ladrillera constituye uno de los flujos económicos más importantes de la ciudad, pero se fuga por los canales de la informalidad. Según el área de Comercio de la Municipalidad de Allen, en la actualidad no existe ningún horno ladrillero con habilitación comercial. De los 120 hornos que se calcula que se encuentran en funcionamiento, apenas un 25% están inscriptos como monotributistas y sólo unos pocos tienen la categoría de responsables inscriptos.
Un relevamiento que llevaron adelante los propios ladrilleros en el 2010 es el único dato de referencia que se conoce sobre la cantidad de personas que viven en Colonia 12 de Octubre, el campamento más grande de Allen. De acuerdo a lo relevado, había por entonces unos 5.000 habitantes y la actividad generaba 350 puestos de empleo. Ahora, se estima que la población ladrillera ha experimentado un decrecimiento porque el cambio de moneda en la Argentina dejó de convenirles a los “obreros golondrina” que van desde Bolivia.
Cada día, decenas de camiones ingresan a Colonia 12 de Octubre para comprar ladrillos. La carga es tan irregular como el resto de las actividades y es realizada por “changas” de nacionalidad argentina. Los camioneros “levantan” a los cargadores en el ingreso al campamento y les pagan 100 pesos por cada 1.000 ladrillos estibados. A corto o mediano plazo, se lee en el rostro de los cargadores el peso del trabajo, que termina provocando severas lesiones en la cintura y la columna. Muchas veces, se ven adolescentes acarreando los ladrillos desde las hornallas hasta los camiones.
En cada campamento, existe una zona de trabajo en la que están localizados los pisaderos (espacio en el que se arma la mezcla del barro para los ladrillos), las canchas (donde se cortan y se dejan secar los ladrillos) y las hornallas en las que se cocinan las piezas. Generalmente, las viviendas o habitaciones que ocupan los obreros están ubicadas en un extremo del campamento.
En la elaboración de los ladrillos, existen diferentes puestos de trabajo. Los cortadores, como su nombre lo indica, se encargan de cortar los ladrillos y son los más buscados por los propietarios de los hornos. Para que el corte rinda, estos obreros deben conjugar la técnica con la velocidad. El banquetero se encarga de trasladar los ladrillos que se secaron en la cancha hasta el lugar en el que se cocerán. Una labor, mayoritariamente a cargo de mujeres, es la de las apiladoras: ordenan las piezas de barro para construir las hornallas.
Los ladrillos se venden en los mismos campamentos. Hasta allí llegan transportistas que trasladan las piezas de barro hasta las obras, corralones o puntos de reventa. En los hornos, 1.000 ladrillones de primera calidad se consiguen a 3.500 pesos. Apenas se trasladan a los corralones de Allen, el precio se incrementa más de un 30 por ciento: 5.193 pesos las 1.000 piezas (precios a diciembre de 2016).
La cruda realidad dentro de los campamentos
Colonia 12 de Octubre es una franja de territorio arcilloso ubicada al noreste de Allen, sobre la zona de bardas (terrenos elevados que bordean el Alto Valle). No es un sector urbanizado y en el lugar existen un centenar de campamentos ladrilleros ubicados sobre la traza de un gasoducto de alta presión y debajo de una línea de alta tensión. Durante muchos años, se creyó que la superficie de este poblado pertenecía al Estado. Los horneros no tenían ningún tipo de documentación de las tierras que ocupaban. Pero en el 2009, Bardas de San Miguel, una empresa minera, se adjudicó la titularidad de las parcelas.
El municipio de Allen había elaborado un plan para trasladar los hornos hacia el este, en la zona de Guerrico, donde se pensaba organizar un parque ladrillero, pero el proyecto no tuvo aceptación entre los horneros bolivianos y en el 2010 terminaron adquiriendo las tierras de Colonia 12 de Octubre a la compañía propietaria. En total, los horneros compraron 117 hectáreas (toda la extensión de este campamento) a través de la Asociación de Ladrilleros Árbol Río Negro, entidad que crearon al efecto. Sin embargo seis años después, todavía no existe la escrituración de las tierras por problemas internos y legales que tuvo la propia organización ladrillera.
“Yo ya no sé qué pensar con todo esto de la compra de las tierras. Con mucho esfuerzo nosotros juntamos peso por peso para ser propietarios pero todavía no nos han entregado las escrituras de los lotes y creo que acá alguien nos metió la mano en el bolsillo. Cuando tengamos los títulos de propiedad, recién ahí, vamos a poder empezar a tener los servicios como el agua o la luz de manera legal”, dice un hornero de Colonia 12 de Octubre.
La zona norte de los hornos está ubicada en las bardas, detrás de una franja de chacras de una empresa frutícola. A diferencia de Colonia 12 de Octubre, en el norte, todos los hornos están localizados sobre tierras de un mismo dueño: un productor minero de nacionalidad argentina que provee más del 50% del limo que se utiliza para la elaboración de los ladrillos en Allen. También es propietario de las habitaciones que ocupan tanto los trabajadores permanentes como los temporarios, y ha hecho los tendidos de luz, compra el agua para consumo, etc, según indica el informe de la UNRN y el CFI.