Ámbar, la niña que en su tiempo libre ayuda a su papá en su taller

Al menos en este día, dedicado a ellos, niños y niñas hacen escuchar su voz. Detrás de su inocencia y de sus sueños, más allá de jugar y de estudiar, echan a andar su imaginación para revelar lo que les gusta hacer fuera de las aulas.

Niña: Ámbar luce su sonrisa y el mandil del taller eléctrico de su papá. Niña: Ámbar luce su sonrisa y el mandil del taller eléctrico de su papá. Foto: Correo del Sur

Sucre/CORREO DEL SUR
Sociedad / 12/04/2023 06:24

Al menos en este día, dedicado a ellos, niños y niñas hacen escuchar su voz. Detrás de su inocencia y de sus sueños, más allá de jugar y de estudiar, echan a andar su imaginación para revelar lo que les gusta hacer fuera de las aulas.

ESTUDIOS Y MOTORES

Ámbar Paredes Machaca, alumna del 4to de primaria, paralelo C, del colegio San Juanillo. Ella, de nueve años, después de las clases y las tareas, en su tiempo libre ayuda a su papá en un taller electromecánico. Dice sentirse feliz con lo que hace, porque asegura que está aprendiendo y que un día, cuando sea grande, “cuando él (su papá) se vaya”, estudiará Electricidad.

El taller está ubicado en la avenida Julio Villa, cerca del surtidor Trébol, entre Alto Delicias y Horno Khasa (Distrito 2). Allí la encontró CORREO DEL SUR el pasado fin de semana: Ámbar llevaba un mandil amarillo y azul tiznado de aceite sucio, negro. Acababa de ayudar a su padre a rebobinar un motor de arranque. Sus manos, dedos y uñas delataban la faena que luego contó que la tuvo ocupada la mañana del viernes.

Cuando le preguntamos si podríamos hablar con ella para que nos cuente su historia, su padre respondió que “sí, es entradora”.

Los hijos del matrimonio Paredes-Machaca son cuatro. Dos adolescentes, Ámbar y la menor, que tiene siete años y generalmente acompaña a la madre de esta familia a una tienda de venta de repuestos en otra zona de la ciudad.

En plena acera, en la puerta del taller, Ámbar se sienta sobre un sillón desgastado para conversar con este diario. Sus primeras palabras son estas: “Le vengo a ayudar a mi papá y, aparte, me enseña para que, cuando él se vaya, yo pueda hacer”.

“A los siete años ya le ayudaba a mi papá a pasarle herramientas. He aprendido a armar inyectores y a hacer las cosas que se utilizan (…), pelar cables y aislarlos. Mi cosa favorita es pelar cables”, revela mientras mira a uno y otro costado.

“Veo, me enseña y aprendo”. Ámbar siempre está ahí los sábados; a veces los domingos y feriados. ¿De grande? “Me gustaría dedicarme a esto, ser eléctrica”. El día de la entrevista ha desarmado, ha hecho cambio de inyectores y rebobinó motores.

Sobre su papá, dice que es muy paciente en el trabajo, porque “no le he visto renegar, pero sí he visto trabajos que le toman harto tiempo: hace en dos días”.

Cuando le preguntamos cómo esperaba este Día del Niño, expresó un deseo: “Quisiera tener algo como para hacer lo que hago aquí, una caja de herramientas”.

Ámbar habla fluidamente. Dice que en su colegio están llevando Robótica y que le gusta. “Ahí yo les voy a enseñar (a sus compañeros) a pelar cables, a instalar focos”.

Y cuando se le consulta si alguna vez recibió una propina o una retribución económica por su trabajo, responde que no. Revela que su papá puso las reglas en claro a todos sus hermanos: “A partir de los 14 (años) yo recién pago”.

De inmediato, agrega: “Es bonito aprender, cuando ves a tu papá trabajar para traer comida o algo que hace falta en la casa (…) A veces llega un poco cansado, pero, al fin, trae dinero”.

—¿Estás orgullosa de tu papá? —le preguntamos.

—Sí, muchísimo —responde con certeza.

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