Los jóvenes trabajan más de lo que se cree en el país

En Bolivia, hay 3,2 millones de jóvenes de entre 14 y 29 años de edad, según una encuesta del INE

protagonistas. Jorge Masavi, de 24 años; Laura Martínez, de 29 años; Josué Soliz, de 22 años; forman parte del análisis realizado por el Cedla sobre la situación laboral de los jóv protagonistas. Jorge Masavi, de 24 años; Laura Martínez, de 29 años; Josué Soliz, de 22 años; forman parte del análisis realizado por el Cedla sobre la situación laboral de los jóv Foto: Correo del Sur

Resumen de la nota de Malkya Tudela para el Cedla
Sociedad / 17/11/2024 02:56

Con tres de cada diez habitantes en la franja de la juventud, esta población en Bolivia inicia su experiencia laboral y a la vez navega por un mar de expectativas, responsabilidades y desafíos que no se ven reflejados en las estadísticas.

En el país, la juventud agrupa a 3,2 millones de personas en el rango de los 14 a 29 años de edad, según datos de la Encuesta de Hogares 2021 del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Con base en esa fuente de información, el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (Cedla) ha estudiado la relación entre los jóvenes y el trabajo. El análisis tiene muchas aristas, y una de ellas es precisamente haber considerado a la población desde los 14 años. Alejandro Arze, investigador del CEDLA, explica que se incluyó a este grupo porque el Estado boliviano permite emplear a personas desde esa edad con ciertas salvaguardas. En términos de derechos, no deberían ser parte de la población económicamente activa porque se supone que están en etapa de formación y son económicamente dependientes de los adultos. Pero la realidad supera las consideraciones teóricas o legales.

El 63% de los jóvenes se ha insertado al mercado laboral en algún momento de su vida. Y si se trata solo del grupo de 14 a 18 años, el 36% ha tenido una actividad ocupacional. En ese sentido, para 2021, la tasa de desempleo juvenil (8,2%) era menor que la media latinoamericana (14,4%), lo que quiere decir que los jóvenes que buscan empleo lo obtienen con relativa facilidad.

A pesar de esa información, la manipulación política hace que aún sea legítimo preguntarse si los jóvenes trabajan o no trabajan. “Hace poco, en el discurso presidencial se difundió la idea de que los jóvenes no encuentran trabajo por culpa de los trabajadores que no se jubilan. En esta forma maniquea de entender la realidad, una de las ideas fuerza es que los jóvenes no trabajan. Eso es un mito”, dice el investigador del Cedla Alejandro Arze.

El análisis realizado por el Cedla, aclara, tuvo como punto de partida poner en cuestión las “nociones instrumentalizadas” de los políticos y líderes de opinión que afloran en las entrevistas periodísticas.

Las ideas engañosas no se quedan ahí, sino que se expanden en la sociedad. Este año, en el contexto de modificación a la Ley de Pensiones, la Confederación Universitaria Boliviana (CUB) movilizó a los estudiantes para que se incluyera la jubilación forzosa desde los 65 años, en la norma, con la idea de que eso permitiría “crear fuentes de empleo para los jóvenes, especialmente profesionales”. Más allá del desenlace, que se concretó en la Ley 1582 sin incluir esa demanda, quedó fijada la noción engañosa de que el problema del empleo es que los viejos no dan paso a la nueva generación.

“La idea de que los jóvenes no trabajan es tenue”, explica Arze, es decir que no tiene de dónde agarrarse. Al año 2021, el 52% de los jóvenes era población económicamente activa (1,7 millones) y el 48% tenía una fuente de empleo (1,5 millones). En otras palabras, la juventud boliviana está buscando trabajo o tiene una ocupación que le reporta ingresos.

PEA AL AÑO 2021

Al año 2021, el 52% de los jóvenes era población económicamente activa (1,7 millones) y el 48% tenía una fuente de empleo (1,5 millones).

Tres historias de trabajadores dependientes sin beneficios sociales

Jorge Masavi, a sus 24 años, tiene tres ocupaciones: cuidador de un niño especial, instructor de zumba y jefe de un servicio de garzones.

“Mi primer trabajo fue a mis 13 años, en el 2013”, recuerda Jorge, sentado en el ingreso del gimnasio antes de empezar su sesión de baile fitness de las 19.00. Y continúa: “Mi hermana mayor estaba trabajando en una fábrica de galletas y a mi insistencia, porque era una necesidad ayudar a mi mamá, entré como ayudante. Tenía que acomodar las galletas, que no se dispersen, acomodarlas, quitar las que estaban mal marcadas…”. Él y su otra hermana estuvieron así los tres meses de vacaciones escolares. Ninguno cumplía la mayoría de edad.

Jorge fue un obrero asalariado con jornadas de 8 de la mañana a 5 de la tarde con un pago de 500 bolivianos. “Yo, feliz, en ese tiempo para mí era bastante”, comenta. Para completar su felicidad, sus labores incluían a veces degustar nuevos sabores de galletas y otros productos. El salario mínimo nacional para ese año estaba fijado oficialmente en Bs 1.200.

Los jóvenes empiezan muy temprano a trabajar. Así fue la dinámica de Josué Soliz, de 22 años, un estudiante de Sociología de la universidad pública que, siendo el menor de tres hermanos, comenzó como muchos niños en el negocio familiar en un concurrido mercado de la ciudad de Santa Cruz.

“Vengo de una familia de comerciantes. Desde los 8 años ayudaba a mis padres a vender frutas los fines de semana, no me perjudicaba en los estudios”, relata.

Su contexto y sus redes de contacto le llevaron hacia otro trabajo que casi pasa por alto en la descripción de su vida laboral. A partir de un préstamo de su madre, pudo comprar tarjetas de teléfono al por mayor y revenderlas: “Cuando estaba en el bachillerato y también cuando entré a la universidad, vendía tarjetas ambulando ahí en el mercado. No vendía todos los días, sino que me apartaba tiempo para eso. Cuando yo quería, iba, porque era caminar y gritar”.

Un inicio laboral bastante diferente fue el de Laura Martínez, una odontóloga de 29 años e hija menor de una familia de clase media que desde su niñez fue incentivada para seguir cursos extraescolares de música, deportes e idiomas.

Ella hace memoria: “Mi primer trabajo fue a mis 17 años, como profesora de música en un instituto particular”. “Ahí estuve aproximadamente 8 meses a tiempo completo. “Yo todavía seguía en el colegio, en el último año. Aquella vez me pagaban algo de 3.500 bolivianos”, relata. Luego aclara que el sueldo variaba en función de la cantidad de alumnos y las horas trabajadas.

Aunque con distintos puntos de partida y trayectorias, Jorge Masavi, Josué Soliz y Laura Martínez tienen en común haber iniciado su vida laboral siendo menores de edad y viviendo en el núcleo familiar, como parte de esa gran masa poblacional incorporada pronto al mercado de trabajo. No son los únicos, alrededor del 70% de los jóvenes que contaban con empleo estaban aún vinculados a sus padres, madres o tutores en el año 2021.

“MÁS EDUCACIÓN GARANTIZA UN EMPLEO DE CALIDAD”, UN MITO QUE FORMA PARTE DEL ANÁLISIS DEL CEDLA

La idea de que la educación superior garantiza mejores oportunidades laborales o empleos de mayor calidad es un segundo mito que forma parte del análisis del Cedla.

“Estuve de recepcionista en una cadena de hoteles, como unos seis meses. El trabajo era bastante pesado, de 4 de la tarde hasta las 11 de la noche, y la universidad me empezó a requerir más tiempo”, comenta Laura Martínez, una odontóloga de 29 años e hija menor de una familia de clase media. Para entonces ya tenía formación de auxiliar contable, una disciplina que estudió antes de Odontología, emulando a su papá que es contador.

En tanto que sin haber tenido la oportunidad inmediata de una educación superior, Jorge Masavi tiene un trabajo dependiente que le reporta menos del salario mínimo nacional que está fijado en Bs 2.500. “En este momento estoy, de 8 de la mañana a 5 de la tarde, como niñero de un niño especial. Estoy con él todo el tiempo porque es dependiente, no camina, no come solo, no toma agua, no va al baño solo”, describe. Hace un trabajo de cuidado, de lunes a sábado, por Bs 2.150. De hecho, acaba de cursar con éxito una auxiliatura en Farmacia que dará un plus al servicio que ofrece. Sumando el cobro de Bs 500 mensuales en el gimnasio, por una hora de baile diario, su ingreso total supera por poco el salario mínimo.

Josué Soliz, por su parte, ha tenido una experiencia no remunerada, pero que se cuenta como práctica universitaria pues está en el plan de estudios de su carrera. “Según el reglamento, tenía que cumplir un número de horas, entonces de lunes a viernes iba toda la mañana, durante tres meses… Ahí estuve apoyando en dos proyectos de investigación”, dice de su experiencia de pasantía en una ONG.

Etiquetas:
  • INE
  • Bolivia
  • jóvenes
  • Compartir:

    También le puede interesar


    Lo más leido

    1
    2
    3
    4
    5
    1
    2
    3
    4
    5
    Suplementos


      ECOS


      Péndulo Político


      Mi Doctor